• Fue entrevistado por el investigador de la Dirección de Estudios Históricos, Sergio Hernández Galindo
• El objetivo fue conocer las repercusiones de esa arma en la población nipona y revisar aspectos que no relata la película Oppenheimer
La película Oppenheimer, realizada por Christopher Nolan, muestra el poder de destrucción de la bomba atómica, detonada en 1945 sobre las ciudades japonesas de Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9 de agosto); asimismo, refleja el pensamiento de su creador de esa arma, Robert Oppenheimer, quien lideró el proyecto Manhattan, pero dejó de lado las consecuencias que enfrentaron los nipones.
La Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), de la Coordinación Nacional de Difusión y de INAH TV, organizó la entrevista “La bomba atómica, más allá de la película Oppenheimer”, en la cual el profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos, Sergio Hernández Galindo, dialogó con Yasuaki Yamashita, sobreviviente de ese ataque en Nagasaki, para conocer su experiencia sobre dicho acontecimiento.
“A 78 años de distancia, muchos japoneses no han perdonado a Robert Oppenheimer ni a los estadounidenses por este terrible hecho; sin embargo, seguir con odio no va a solucionar nada, en algún momento debe caber la capacidad de perdonar para estar en paz, y yo estoy en paz”, señaló Yamashita.
Hernández Galindo recordó que para 1945, en la Segunda Guerra Mundial, cerca de 63 ciudades japonesas ya habían sido bombardeadas y prácticamente destruidas por los aliados; Japón estaba a punto de rendirse y no tenía sentido una agresión de tal magnitud. Lo que realmente llevó a ese episodio, dijo, fue la presión de la Unión Soviética, que había declarado la guerra a Japón, pero Estados Unidos quiso infundir temor en los soviéticos mostrando su poder con esta arma.
Yasuaki Yamashita recordó que Nagasaki no estaba en el blanco para ser bombardeada, sino, la ciudad de Kokura, pero un día antes, ese punto fue atacado y no tenía la suficiente visibilidad para dejar caer el artefacto atómico. Se decidió volar a la ciudad más cercana: Nagasaki, ya que el combustible del avión y las cuatro toneladas que pesaba la bomba no daban oportunidad para trasladarse a otro sitio.
“Yo tenía seis años en ese momento y jugaba en la montaña; recuerdo que pasó un señor y después mi hermana diciendo que había sonado la alarma de emergencia y que un avión misterioso sobrevolaba la ciudad, por lo que teníamos que escondernos. Para esos años, en la mayoría de las casas japonesas había sótanos, a manera de refugio, mi madre nos llevó al agujero y cuando íbamos a ingresar se sobrevino una luz terrible de casi mil relámpagos al mismo tiempo”, recordó.
Detalló que sobre ellos volaron fragmentos de ventanas, puertas y tejados; tras unos minutos, se percibió un profundo silencio y cuando todo estaba en calma, se dirigió con su familia al refugio de la montaña, donde llegaron varios vecinos, entre ellos, un niño con la espalda destrozada, pero no había médicos ni medicinas, por lo que murió. Desde ese punto, Nagasaki se contemplaba en llamas y muchos la miraban en estado de shock.
“La bomba de uranio que impactó Hiroshima causó la muerte de más personas porque fue expansiva, debido a que se arrojó sobre una ciudad de terreno abierto; en cambio, la de plutonio, en Nagasaki, aunque era más potente cobró la vida de menos personas, gracias a las montañas que la rodean”, explicó.
Una gran problemática que enfrentó la población japonesa, agregó, fue la hambruna. Cuando él y su familia regresaron al centro de la ciudad para visitar a sus parientes, divisaron un sinfín de gente quemada, niños huérfanos. Las personas acudían con los campesinos a ofrecerles oro o kimonos a cambio de alimento; el arroz era prácticamente imposible de conseguir y el gobierno ya no podía sostener las necesidades de la población.
Respecto a los cadáveres, muchos fueron incinerados, pero era tal la cantidad que sobre los huesos se reconstruyó la ciudad. Otro problema, fueron los ciudadanos que acudieron a quemar cadáveres o buscar familiares en el epicentro, porque se contagiaron de radiactividad y, al paso del tiempo, fallecieron, como el padre de Yasuaki.
“Dos días después del ataque, vimos caer una lluvia negra contaminada por radiactividad y mucha gente murió; para ese tiempo, no sabíamos que se trataba del efecto radiactivo, ya que no había explicaciones de científicos ni de la prensa para la población japonesa”, expresó.
Con el correr de los años, Yasuaki Yamashita laboró en un hospital de Nagasaki, y ahí se dio cuenta de casos de cáncer, leucemia y niños que nacían con deformaciones, producto de la radiación. Hacia 1968, viajó a México para trabajar en una oficina de prensa japonesa, en la cobertura de los Juegos Olímpicos y se quedó.
En 1995, decidió hablar sobre su experiencia y, junto a otros compatriotas, relató esas vivencias durante cinco años en distintas universidades. Fue ahí que conocieron al nieto de Harry S. Truman, expresidente de Estados Unidos, quien dio la orden de detonar la bomba en 1945, y comenzaron a trabajar juntos hasta el día de hoy, para fomentar por el mundo el sentido de la paz, finalizó.