*** Con esta tecnología se han localizado contextos como la Ofrenda 126 del Templo Mayor, la más cuantiosa hallada en esta zona arqueológica
*** El investigador de la UNAM, Luis Barba Pingarrón, compartió sus experiencias de trabajo en sitios de México, Turquía e Israel
Desde que en 1895 se inició la experimentación con rayos X, y por primera vez, permitieron a la ciencia observar a través de cuerpos sólidos, el anhelo de trascender los sentidos del ser humano ha sido llevado tanto a la cultura popular, en cómics donde los personajes poseen vista de rayos X, como a disciplinas como la prospección arqueológica, la cual busca reconstruir elementos subterráneos imperceptibles a simple vista.
En nuestro país, tales técnicas han contribuido a descubrimientos arqueológicos notables, algunos de los cuales fueron comentados en el ciclo de conferencias “La arqueología hoy”, el cual es coordinado en El Colegio Nacional por el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Leonardo López Luján.
En su ponencia, Prospección arqueológica o cómo usar la vista de rayos x en la arqueología, el titular del Laboratorio de Prospección Arqueológica del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la Universidad Nacional Autónoma de México, el ingeniero Luis Barba Pingarrón, compartió su experiencia en zonas arqueológicas, como la del Templo Mayor, y en contextos urbanos, como el centro histórico de Coyoacán.
Al hablar acerca de la colaboración con el Proyecto Templo Mayor (PTM), López Luján y Barba Pingarrón explicaron el modo en que las técnicas geofísicas permiten corroborar o refutar las hipótesis arqueológicas, siendo un ejemplo el hallazgo de la Ofrenda 126 del Templo Mayor, la cual se identificó, en 2008, debajo del espacio liberado tras el cuidadoso retiro del monolito la diosa Tlaltecuhtli, de 12 toneladas.
Y aunque en un primer momento la hipótesis de López Luján y del arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, fundador del PTM, era que bajo la escultura yacía la tumba de un gobernante, el contexto, si bien descartó tal posibilidad, permitió localizar la ofrenda más cuantiosa de todo el Templo Mayor, con más de 12 mil elementos, entre restos óseos de pumas, lobos, tiburones, peces sierra, águilas y búhos, entre otros animales.
“Desde el primer equipo geofísico usado en 1938 hasta el más moderno –expuso Barba Pingarrón–, se mide la resistencia que ofrece el terreno al paso de la corriente eléctrica o de las ondas electromagnéticas. Si el suelo es homogéneo, el equipo brinda lecturas regulares y sin variación, pero cuando hay algún elemento enterrado, este impide el paso de la corriente o de las ondas, y comunica a los arqueólogos la necesidad de estudiar con mayor detalle un área determinada”.
En el caso de la Ofrenda 126, subrayó López Luján, el aporte geofísico fue clave para saber que esta se hallaba a tres metros de profundidad bajo el sitio donde se descubrió a Tlaltecuhtli. “Sin esta tecnología, hubiéramos excavado quizá un metro debajo y concluido que no había ningún elemento más”.
Dentro de otros contextos, ahondó el conferencista de la UNAM, la prospección con georradar ha corroborado planteamientos como los que se tenían para el caso de los centros históricos de Coyoacán, en la Ciudad de México, y de la ciudad de Mérida, Yucatán, ya que en ambas geografías pudo concluirse que muchos de los desniveles de terreno observados a nivel de calle, en el caso de la alcaldía capitalina, o los cambios en las lecturas de resistividad eléctrica, corresponden con la ubicación de vestigios subterráneos de arquitectura prehispánica.
Sobre el futuro de esta tecnología, Luis Barba auguró un escenario promisorio para los estudios geofísicos en la arqueología e, incluso, para las metodologías desarrolladas en México para esta disciplina, mismas que han conseguido trasladarse con éxito a países como Turquía e Israel, donde él tuvo la oportunidad de explorar la Basílica de Santa Sofía, hallando los probables vestigios de una etapa previa del templo o, incluso, de un edificio de época romana; o bien, los remanentes de una aldea judía del siglo I, en el sitio arqueológico de Magdala, en Israel.