• Su director, Antonio Saborit, abrió el Primer Foro de Museos, en la 35 Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia
• Brindó un ensayo magistral sobre el cordón umbilical que enlaza al recinto del Bosque de Chapultepec con el antiguo Museo Nacional
Como un parto impostergable, en 1964, el antiguo Museo Nacional, localizado en la calle Moneda, en el corazón de la Ciudad de México, se desprendía de su colección arqueológica para darle un nuevo hogar en el Bosque de Chapultepec, dentro de un moderno edificio proyectado por Pedro Ramírez Vázquez, y bajo una visión que debe mucho a Miguel Covarrubias quien, paradójicamente, había fallecido siete años atrás.
La conmemoración del 60 aniversario del Museo Nacional de Antropología (MNA) en este 2024, es también la de un ideal que nació con el viejo Museo Nacional, hace dos siglos, enunció su director, Antonio Saborit García Peña, al abrir el Primer Foro de Museos, en el marco de la 35 Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH), organizada por la Secretaría de Cultura federal, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
El titular del MNA brindó un ensayo sobre el cordón umbilical que enlaza ambos espacios, al recordar que algunas de las acciones prioritarias de los primeros gobiernos del México independiente fueron, tanto la creación del Museo Nacional, como la expedición de leyes para prohibir el saqueo y la salida de monumentos prehispánicos, fuera de nuestras fronteras.
“La colección arqueológica del Museo Nacional de Antropología encierra parte de la historia y del sentido que dio vida al hoy extinto Museo Nacional, el cual la nueva República Mexicana fundó el 10 de marzo de 1825, bajo la obligación que el patriotismo criollo se impuso de construir una historia propia y el deseo de recuperar el México antiguo.
“La misma colección arqueológica acusa señas del espíritu ilustrado que, en la última década del siglo XVIII, inició la ambiciosa compilación documental sobre la historia antigua y moderna de México, desde la Secretaría de Cámara del virrey Revillagigedo, por una parte y, por la otra, la misma colección, acusa el incline original del Museo Nacional, como refugio y bastión ante el expolio y pérdida de objetos y especímenes del tiempo de la conquista”, manifestó el historiador.
En la apertura del Primer Foro de Museos, cuya mesa inicial moderó el coordinador nacional de Museos y Exposiciones del INAH, Juan Manuel Garibay, Antonio Saborit hizo hincapié en el papel que jugó Lucas Alamán, entonces ministro de Relaciones Interiores y Exteriores del gobierno de Guadalupe Victoria, para la conjunción de esos tesoros en un espacio de la Universidad de México.
De esa manera, dijo, decenas de letrados y científicos, fuera por cuenta propia y con recursos personales, o bajo el amparo del recién creado Museo Nacional, a lo largo del siglo XIX se lanzaron al rescate y salvaguarda de objetos arqueológicos, a la exhumación de crónicas y documentos, a la edición y traducción de obras en lenguas indígenas, a la recopilación de datos y a la difusión de sus hallazgos entre el público en general.
Consideró que “esta amplia y, a veces, desordenada obra de recuperación histórica impulsó un auténtico florecimiento de los estudios mexicanos, gracias al cual el republicano México moderno se enlazaba afectiva e intelectualmente con los mitos fundacionales indígenas y adquiría su carta de legitimidad histórica.
“Si por una parte eran cada vez más lamentables las pérdidas sufridas con respecto a las antigüedades mexicanas, durante la primera mitad del siglo XIX, las dimensiones de esta herencia superaban con creces, cada día; también, la capacidad de un Estado que, desde la década de 1820, había optado por prohibir la exportación de sus monumentos y antigüedades”.
Un cambio importante se daría en el porfiriato, cuando el arqueólogo del régimen Leopoldo Batres hizo el llamado para resguardar de la intemperie a la Piedra del Sol, aún empotrada en uno de los muros de Catedral, la Coatlicue y la Piedra de Tízoc, además de la Chalchiuhtlicue de Teotihuacan, al Museo Nacional, donde serían piezas centrales de la Galería de Monolitos.
En plena Revolución, de 1910 a 1914, con la instauración y trabajos de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, bajo el techo del propio museo, se ampliaron sus inventarios e inició la crisis de su espacio, debido a que allí también se reunían las colecciones de historia y etnología.
El director del MNA citó al antropólogo y artista Miguel Covarrubias, quien es su libro Arte indígena de México y Centroamérica, indicó que “Mesoamérica fue el foco intelectual y artístico de la civilización india”, uno de los cinco focos civilizatorios originarios de la experiencia humana, en el mundo.
Esa singularidad y portento, dijo Antonio Saborit, “fue la rosa de los vientos del nuevo Museo de Antropología, cuyas salas arqueológicas se concentraron en ofrecer la visión más amplia del surgimiento, desarrollo y desaparición de las diversas culturas que, alguna vez, ocuparon los territorios de la América Media en los 30 siglos comprendidos entre los años 1,500 a.C., y 1,500 d.C.”.
“El ejercicio de síntesis que Miguel Covarrubias desplegó en el citado libro, estableció el orden consecutivo a salas de la plantas baja y alta del recinto. De este modo, a inicios de la década de 1960, y a la luz de los nuevos saberes, las colecciones arqueológicas salieron de su casa, para dar sentido a un nuevo espacio con la grandeza que, desde finales del siglo XVIII, Francisco Xavier Clavijero quiso para el México antiguo”, finalizó.
La FILAH es el encuentro literario, especializado en ciencias antropológicas, más importante de América Latina, este año cuenta con más de 400 actividades gratuitas y aptas para todo público. Consulta el programa en este enlace: www.feriadelibro.inah.gob.mx.
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