*** Su coordinadora, Sara Fernández Mendiola, reflexiona sobre los avances y la disciplina, en el Día Internacional del Conservador Restaurador
*** Se han intervenido 245 objetos, entre ellos 138 metálicos y 50 óseos. Destaca la conservación de 70 collares, sartales y pulseras, elaborados con más de 6,000 cuentas
La conservación-restauración es un medio para transmitir el conocimiento del pasado y reafirmar la identidad cultural en el presente. Bajo esta premisa, en la última década, un proyecto del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), avalado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, ha trabajado en la preservación integral de los tesoros mixtecos hallados en la Tumba 7 de Monte Albán, en Oaxaca.
A propósito del Día Internacional del Conservador Restaurador, el cual se conmemora este 27 de enero, la responsable de esta iniciativa de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) del INAH, Sara Eugenia Fernández Mendiola, reflexiona sobre la tarea de las y los profesionales de la disciplina.
Los expertos en la conservación del patrimonio, apunta, actúan no solo para estabilizar y contribuir a la permanencia de la dimensión cultural de las piezas arqueológicas, históricas, artísticas y paleontológicas, sino también en la optimización de las condiciones ambientales del entorno en que se resguardan o exhiben.
Fue así que el planteamiento para tratar la variopinta colección de la Tumba 7 buscó ir más allá de la conservación de los objetos de valor arqueológico, “con el objetivo de colaborar en la transmisión de las ideas contenidas en estas antiguas obras de arte, que nos sirven para aproximarnos a la historia y reactivar la memoria en tiempos de cambio como los que experimentamos”.
Este asombro por la persistencia del pasado es el que se observa en las miradas de quienes visitan “El lugar de los ancestros”, la sala del Museo de las Culturas de Oaxaca en la que se exhiben las piezas que ha trabajado paulatinamente Sara Fernández Mendiola con la asistencia de colegas, desde 2013.
Sobre este proceso, explica que se ha recuperado la estabilidad estructural de los múltiples materiales orgánicos e inorgánicos que constituyen estas piezas rituales, tratando zonas frágiles y con riesgo de fragmentarse.
Esto implica la eliminación de materiales y depósitos superficiales ajenos que han actuado en detrimento de sus valores constitutivos y estéticos. Gracias a las limpiezas físico-químicas realizadas de forma puntual y general, se ha logrado la mejora visual de las superficies y colores de las obras, en pro del aprecio de su materialidad.
Hasta el momento, se ha realizado la conservación integral de 245 objetos, entre los que sobresalen 138 metálicos y 50 óseos. Destaca la intervención de 70 collares, sartales y pulseras, elaborados con más de 6,000 cuentas de oro, plata, azabache, concha, cristal de roca, piedra verde, turquesa, perlas y ámbar.
La experta de la CNCPC, quien lleva a cabo estas labores en el propio museo, sostiene que los tratamientos han facilitado el entendimiento de las cualidades formales de las piezas, permitiendo ahondar en sus significados, ejemplo de ello es la mejor legibilidad de los más de 40 huesos de jaguar y águila, los cuales grabaron sus creadores con el mismo estilo y las convenciones iconográficas de los códices mixtecos del periodo Posclásico (1200-1400 d.C.).
A casi 700 años -pues gran parte de este tesoro fue colocado en las primeras décadas del siglo XIV d.C., reutilizando la vieja tumba zapoteca para convertirla en sitio de culto a los ancestros mixtecos-, su mensaje como ofrenda de gratitud, de recuerdo, por un oráculo y como pedimento de buena fortuna, permanece en su esplendor gracias a las labores de conservación y restauración del que ha sido objeto.
De vuelta a los terrenos de la disciplina, Sara Eugenia Fernández comenta que la conservación-restauración efectúa estudios para el conocimiento profundo de la estructura y estado material de cada bien cultural, visto en su entorno de exhibición e identificando los factores de deterioro internos y externos que influyen en él, para tomar medidas y acciones que minimicen cualquier tipo de daño.
La comprensión integral de esta problemática, atendiendo al diagnóstico, estudios, intervención y cuidados posteriores de resguardo de toda la colección, además de su adecuada exposición, “es lo que ha convertido al proyecto dedicado a los tesoros de la Tumba 7 de Monte Albán en una iniciativa sin precedentes, al ofrecer nuevos caminos que permiten prolongar su existencia física”.
Sara Fernández concluye que, en cada cambio de contexto, estos objetos han sido resignificados, “por lo que trascienden en el tiempo y se mantienen vivos para las comunidades. La ofrenda de la Tumba 7 es ejemplo de cómo los humanos atesoramos objetos de los que emergen recuerdos, por ello, la memoria es siempre social, es cultura. Conservemos el valor de la memoria”.