In Memoriam

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Foto: Acervo Román Piña Chan. Universidad Autónoma de Campeche.

In Memoriam

 

Beatriz Barba Ahuatzin nació el 16 de septiembre de 1928, en la Ciudad de México. Sus padres (Santiago Barba y Beatriz Ahuatzin) fueron normalistas, por ello, tal vez, cursó la carrera de profesora de primaria en la Escuela Nacional de Maestros, de la que se graduó a los 21 años (1949). Enseguida se dedicó a la docencia impartiendo clases en una escuela primaria, y si bien realizó varios estudios y se distinguió en los ámbitos antropológico y museístico, su vida estuvo marcada por la docencia, por el afán de enseñar y, consecuentemente, de mejorar la educación, la calidad de vida de los estudiantes, así como de los profesores. En la maestra Barba, como lo destacó Julio César Olivé en el homenaje que ella recibió en 1994: “Había una contradicción difícil de lograr entre la obra académica y la obra social, las luchas estudiantiles, sindicales y profesionales”.

 

En 1950, junto con su amiga Perla Valle, se inscribió a la ENAH para estudiar arqueología al mismo tiempo que impartía clases en la Primaria Emiliano Zapata, se graduó como normalista en 1953 con la tesis Un problema escolar: el inmobiliario, en la cual expuso los problemas en el aprendizaje y los que presentaban los niños en la columna vertebral al no contar con muebles acordes con su edad, por lo que propuso el uso de mobiliario adecuado a las medidas antropométricas de los niños mexicanos. Sin embargo, su propuesta no fue bien vista por sus sinodales, uno de ellos, como lo relató Román Piña Chan, quien estuvo presente en el examen, dijo con desdén: “Sócrates enseñaba caminando y no necesitaba sentar a sus estudiantes”. Tiempo después, Juan Comas, en su famoso Manual de Antropología Física (1957), se referiría al estudio de Beatriz Barba como uno de los más interesantes en antropología física aplicada en México.

 

En aquellos años, Beatriz conoció a Román Piña Chan, con quien tuvo un corto noviazgo para luego casarse con él, así inició uno de los matrimonios más célebres en la antropología mexicana, sobre Beatriz, Piña escribió: “Al repasar mi tránsito por este mundo, reconozco que lo más importante que me ha pasado en la vida es conocer a Beatriz y vivir junto a una admirable y ejemplar mujer.”

 

Siendo estudiante, Beatriz participó en la formación de la Sociedad de Alumnos de la ENAH, desempeñando cargos como Trabajo y Conflictos, Organización y Asuntos Femeninos, así también, intervino en la redacción de los estatutos del Consejo de Becas y Consejo Técnico, y fue  representante de los alumnos en el primer Consejo Técnico; en esta época, ella y Julio César Olivé fueron nombrados para integrar el comité editorial de la revista Acta Antropológica, a través de la cual se publicaron importantes tesis.

 

En 1955, se graduó como arqueóloga y maestra en ciencias antropológicas con la tesis: Tlapacoya, un sitio preclásico de transición, teniendo como sinodales a Ignacio Marquina, Fernando Cámara, José Luis Lorenzo, Pablo Martínez del Río y Felipe Montemayor. Su tesis recibió el máximo reconocimiento de grado, la calificación cum laude, haciéndola además una de las primeras mujeres en recibir el título de arqueóloga en nuestro país.

 

En aquel año (1955), pasó comisionada de la Dirección de Primarias al INAH, concretamente, a la Dirección de Monumentos Prehispánicos. Al concluir la carrera de arqueología continúo sus estudios en etnología, lo cual le permitió continuar en la Sociedad de Alumnos de la ENAH y, como ya era trabajadora del INAH, también se convirtió en sindicalista, antes había participado en movimientos magisteriales como delegada sindical de la Primaria Emiliano Zapata, esta experiencia le permitió emprender varias luchas, una de ellas fue la de mejorar el sueldo de los investigadores, ya que en esa época, el profesionista en antropología estaba clasificado como técnico, de tal suerte que un maestro de primaria ganaba más que un antropólogo, pues los sueldos de investigadores estaban equiparados con los técnicos, manuales y administrativos, agrupados sindicalmente en la Sección XI del SNTE.

 

Fue a través de una lucha de varios años, de la cual Beatriz Barba fue precursora, junto con Julio César Olivé y Jorge A. Vivo, que se logró crear, no sin vencer múltiples adversidades, una estructura jurídica para integrar orgánicamente a todos los antropólogos del INAH en la Delegación 69 de la Sección X, donde estaban agrupados los maestros del IPN, de esta manera se lograría equiparar los sueldos de investigadores con los maestros de educación superior. En 1959 se logró la creación de la Delegación D-II-345 de la Sección X del SNTE; en 1961 se creó el escalafón propio del trabajo antropológico, este es el origen del actual SNPICD-INAH.

 

La lucha que encabezó Beatriz Barba en esta época no sólo estaba en el ámbito sindical. En 1955 se creó la Asociación Mexicana de Antropólogos (AMAP), la cual se convirtió tiempo después en el Colegio Mexicano de Antropólogos (CMA), con el propósito de obtener el reconocimiento de carácter profesional de los investigadores, defender sus intereses y el de la antropología mexicana. Beatriz fue fundadora de la asociación y en 1959 se convirtió en secretaria general. Hay que recordar que entre las luchas de la AMAP, estuvo su participación determinante en que se dictara la Ley Federal de Monumentos de 1972, cuyo proyecto básico fue elaborado por esta asociación. En 1985, Beatriz encabezó una comisión del CMA para reunir fondos de auxilio a los damnificados del sismo: el tianguis antropológico en el Museo Nacional de Antropología (MNA), logrando recaudar cinco millones de pesos con los cuales se donó maquinaria para el taller de una cooperativa de costureras.

 

De 1956 a 1962, Beatriz trabajó como etnóloga en la Dirección de Investigaciones Antropológicas, realizando estudios sobre las clases sociales en la Ciudad de México, proyecto que llevó a cabo en conjunto con Julio César Olivé y el cual interrumpió porque fue invitada a colaborar en la  organización y guion del recién construido MNA (1962-1964), así iniciaba su etapa museística, la cual continuó en la formación y montaje del Museo de las Culturas (1964-1965); previamente, ella y Julio César Olivé habían logrado recuperar el edificio de Moneda No. 13, donde se estableció dicho museo, ya que la Secretaría de Hacienda lo reclamaba como suyo. Fue subdirectora técnica de este museo, coordinó exposiciones, canjes de materiales antropológicos, publicaciones, entre otras actividades.

 

En 1977 se incorporó a los proyectos especiales de la Dirección General del INAH, donde concluyó su tesis de doctorado graduándose por la UNAM en 1984, con la tesis Ambiente social y mentalidad mágica en México, un tema que causó indiferencia en la época en que se presentó, lo cual no desalentó a la maestra Barba, ya que en las aulas y en los seminarios que ella coordinó, continuó desarrollando sus estudios sobre pensamiento mágico. En 1980 se incorporó a la Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH, tras la desintegración de los grupos de proyectos especiales. La obra de la maestra Barba fue extensa, alrededor de 10 libros, más de 100 artículos y capítulos de libros; dirigió muchas tesis, así también, recibió reconocimientos nacionales e internacionales.

 

En 1984 se produjo la terrible tragedia que marcaría para siempre la vida de la familia Piña Chan, Román se cayó de una pirámide en la Zona Arqueológica de Becán, en Campeche, fue posible salvar su vida pero no volvió a caminar jamás. Desde entonces, Beatriz, sin interrumpir sus actividades académicas, pero con el tiempo y sacrificio requerido por las circunstancias, se dedicó al cuidado de la salud de su esposo hasta el fallecimiento de este en 2001.

 

Beatriz Barba comenzó a impartir clases en la ENAH en 1959, las materias Escuela y teorías antropológicas y Organización social; en 1965 dejó la escuela para dedicarse enteramente al Museo de las Culturas, pero en 1976 regresaría a la ENAH para impartir sus célebres clases: Mito, religión y magia, Arqueología e historia de China, Antropología general y Antropología de la religión, las cuales continuó impartiendo en las décadas de los 80 y 90. Aquí fue donde conocí a la maestra Barba y sobre lo cual, me referiré en las siguientes líneas.

 

En 1989, en el primer semestre de la Licenciatura de Arqueología de la ENAH, la maestra Barba impartía la materia Antropología general, eran cuatro horas los lunes, en el turno vespertino. Mi primera clase en la escuela fue con ella, por lo cual, mis primeras monografías y ensayos, que en realidad eran las tareas de cada semana, eran revisados y corregidos por ella. En efecto, leía los trabajos de sus alumnos, corregía las puntuaciones y ortografía, al parecer no perdió esta práctica desde que fue maestra de primaria, lo cual sus alumnos agradecimos porque nos prestaba atención y nos orientaba, muy pocos profesores tenían esta paciencia y eran indulgentes ante la falta de preparación de muchos de sus estudiantes.

 

La maestra Barba era amable y gentil pero también tenía carácter, era estricta y disciplinada. Los lunes, vestida siempre elegante, portando un medallón antiguo a la altura del cuello, llegaba puntual a impartir sus clases, era implacable con quienes llegaban tarde, les cerraba la puerta, y después de recibir un fuerte regaño no los dejaba entrar; fomentaba las discusiones en clase, pero había que tener cuidado si uno quería participar, ya que existía el riesgo de ser expuestos y quedar en ridículo, pues la maestra no perdonaba la insolencia y tampoco premiaba el exceso de inteligencia, sin embargo, no faltó quien, con aires de grandeza se quiso lucir, a uno de ellos la maestra respondió más o menos así: “Ay compañerito, pero si usted no ha leído a Marx, cómo se atreve a venir aquí a hablarnos de comunismo”. No faltaron en sus clases anécdotas que solía contarnos de cuando ella era estudiante y de sus maestros, personajes como Alfonso Caso o Daniel Rubín de la Borbolla.

 

Formé parte de una generación de estudiantes con quienes la maestra Barba tuvo empatía desde el inicio, las conversaciones que tenía con nosotros se prolongaban después de clase, de tal forma que terminaba por darnos un aventón en su auto y dejarnos cerca de alguna estación del Metro, lo cual se hizo costumbre cada lunes.

 

Después nos volvería a dar clase en otro semestre: Mito, religión y magia, se lo pedimos con suma exigencia. La relación que tuvimos con ella ayudó, no sin dificultad, a convencerla de que permitiera que el Dr. Román Piña Chan nos diera clases de arqueología, accedió con la condición de que las clases serían los sábados en su casa y con un número muy reducido de estudiantes (lo cual no sucedió).

 

El maestro Piña nos dio clases durante tres semestres, en una ocasión le planteamos la posibilidad de que nos diera una de ellas en el Museo Nacional de Antropología, a lo cual la maestra Barba se negó contundentemente. No obstante, en complicidad con sus alumnos, su asistente, el Dr. Jorge Harada, y su enfermera particular, el maestro Piña se escapó un sábado en la mañana para darnos tan anhelada clase en el museo, manos no faltaron para cargarlo en su silla de ruedas, su presencia no pasó inadvertida por los trabajadores del museo, era una celebridad, mucha gente se detuvo a saludarlo, fue una maravillosa experiencia, pero nunca supimos cómo le fue al maestro Piña con la maestra Barba al regresar a casa.

 

En 1994, en los últimos semestres de la carrera, iniciamos un proyecto editorial, una revista estudiantil: Actualidades Arqueológicas, desde el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, esta experiencia nos permitió acercarnos nuevamente a los Piña Chan. Con la maestra Barba organizamos homenajes a maestros de la ENAH y premios a estudiantes, los cuales eran patrocinados por ella. También iniciamos los simposios Román Piña Chan, los cuales continúan celebrándose cada año, en el marco de la FILAH en el MNA.

 

En aquel entonces, cada año yo recibía en la universidad una tarjeta de invitación de parte de la maestra Barba para asistir al cumpleaños del maestro Piña, el cual se celebraba cada febrero en su casa, a estas reuniones asistían Jorge Angulo, Carlos Navarrete, Raúl Arana, Carmen Chacón, Alfredo López Austin, Jaime Litvak, entre otros amigos de la familia.

 

En 2001, días después del fallecimiento de Román Piña Chan, los alumnos de la maestra Barba, preocupados por ella insistimos en verla, finalmente concedió que fuéramos a visitarla a su casa, pero como no quería que esa reunión se convirtiera en una tarde de duelo, ese mismo día decidió invitarnos al cine, fuimos a ver la película china Shower Xizao (1999), conocida en México como El baño, una comedia muy divertida, fue nuestra catarsis, la disfrutamos, y ello permitió que continuáramos la charla en su casa, fue entonces que nos contó sobre la insensatez de una alta funcionaria de cultura que asistió al velatorio del maestro Piña y quien, insistentemente, le preguntaba si era cierto que Piña Chan había escrito más de cien libros, a lo cual ella respondió indulgente, con la sonrisa en la cara que siempre la caracterizó, su voz suave y tono irónico: “No compañerita, solamente escribió 99 libros”. La maestra Barba era amable, cálida y muy gentil, pero de espíritu rebelde, en sus críticas era aguda y sutil, era difícil distinguir las ironías de los elogios en sus palabras.

 

En 2002, dejé la Ciudad de México para radicar en Sinaloa, pero no dejaba de asistir cada año al Simposio Román Piña Chan, organizado en aquel entonces por Karla Cerecero, Iván Urdapilleta Caamal, sobrino de los Piña y, posteriormente, por Lucia Sánchez de Bustamante; la maestra insistió en que yo debía de formar parte del comité organizador, una de las últimas veces que la vi fue en el simposio de 2013, ella me escribió una carta agradeciéndome por haber asistido aquel año, la cual comienza de la siguiente manera: “Muy querido Joel: Me dio mucho gusto verlo. Es usted de las personas que nunca cambian, el mismito Joel de la Escuela de Antropología”.

 

Hace 20 años escribí el obituario de Román Piña Chan para el periódico Humanidades, de la UNAM, donde destaqué, sobre todo, que fue un maestro ejemplar, Beatriz Barba también lo fue, pero en un sentido superior, ya que fue académica, docente, luchadora social, sindicalista, esposa, madre de tres hijas, una mujer ejemplar, quien falleció el 29 de enero de 2021.

 

Víctor Joel Santos Ramírez

INAH Sinaloa

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