Muerte y sacrificio en Mesoamérica
Esta escultura, descubierta frente a la Pirámide del Sol en Teotihuacan y conocida como el Disco de la Muerte o Disco del Sol Muerto, simboliza el vínculo entre muerte y regeneración. Su iconografía y policromía, junto con su ubicación, sugieren una estrecha relación con los sacrificios humanos y la energía solar, reafirmando el papel de la muerte como un elemento necesario para el equilibrio cósmico.
En la cosmovisión mesoamericana, vida y muerte no eran opuestos irreconciliables, sino etapas interdependientes de un mismo ciclo. Esta relación entre ambos conceptos sostenía la estructura misma del universo y permeaba cada aspecto de la cultura. Para los pueblos de Mesoamérica, la muerte representaba una transición a otro plano, un paso necesario para la regeneración de la vida y el fortalecimiento de las fuerzas que mantenían el orden cósmico.
En este sentido, el sacrificio era una práctica esencial para honrar a los dioses y asegurar el equilibrio en el cosmos. Los sacrificios de sangre, considerados el fluido vital por excelencia, ofrecían a los dioses la energía que requerían para mantener el ciclo de vida en funcionamiento. El sacrificio humano, en particular, era el vínculo que nutría y fortalecía las fuerzas naturales, especialmente al Sol, cuyo recorrido diario era fundamental para la existencia. A través de estos sacrificios, pueblos mesoamericanos, como los mexicas o mayas, buscaban retribuir a los dioses el favor de la vida y la fertilidad, contribuyendo con su propia sangre a la preservación del cosmos.