Los entierros de las élites prehispánicas
En Mesoamérica, los entierros de las élites reflejaban no sólo el estatus social, sino también el comienzo de un viaje trascendental al Inframundo, En Monte Albán, Oaxaca, la Tumba 104 muestra cómo estas culturas concebían la muerte como una transición llena de simbolismo.
Se encuentra decorada con exquisitos murales en los que se muestran diferentes escenas, entre ellas, a deidades que portan bastones ceremoniales y bolsas de copal. Esto se complementa con el ajuar funerario, rico en cerámicas y finas joyas y objetos de valor, como urnas que representan a los dioses del maíz y la lluvia. Así, la tumba exaltaba el rango del difunto, pero, al mismo tiempo, aseguraba su protección en la travesía hacia los dominios de los dioses del Inframundo.
Durante este viaje, cada ornamento y objeto colocado en la tumba tenía un propósito ritual: desde guiar al difunto hasta conferirle fuerza y autoridad para enfrentar las pruebas del Mictlán, la región de los muertos. Estos entierros eran una forma de preservar la memoria del fallecido y fortalecer la conexión entre los vivos y los ancestros, quienes, tras su paso al más allá, se convertían en protectores de su linaje. En las culturas de Monte Albán y otras ciudades mesoamericanas, la muerte no era el fin, sino un momento de transformación y reencuentro espiritual.