El culto a los muertos en la época prehispánica y el viaje al Mictlán
Para las culturas mesoamericanas el culto a los muertos era parte fundamental de sus creencias religiosas y cosmovisión. Aunque las prácticas y rituales variaban de acuerdo con la región y cultura, existían elementos y conceptos en común, como la creencia en la vida después de la muerte.
Para los antiguos nahuas, según el tipo de muerte, el teyolía (ánima o esencia) podía ir a 4 lugares: el Ichan Tonatiuh Ilhuícatl, lugar destinado a los muertos en combate, sacrificio, mujeres muertas durante su primer parto y comerciantes fallecidos en expediciones mercantiles; al Tlalocan iban aquellos que habían muerto a causa de un rayo o en situaciones y enfermedades relacionadas con el agua; los infantes fallecidos durante la lactancia iban al Chichihualcuauhco (árbol nodriza); sin embargo, la mayoría de los muertos tenían como destino el Mictlán.
Luego de morir, tenían que pasar 4 años para que el teyolía pudiera salir en su viaje al inframundo, o Mictlán, asemejando a Tonatiuh, el Sol, que cada día bajaba a este plano. El Mictlán se integraba por 9 niveles, en los cuales los muertos debían sortear diferentes obstáculos y adversidades para llegar al Chiucnauhmictlan, el último de los niveles, que estaba gobernado por Miclantecuhtli y Mictecacíhuatl, señor y señora del Inframundo respectivamente. Estas deidades presidian festividades en las que se ofrendan comida, flores y bailes en honor a ellas y a los antepasados, las cuales forman parte de las raíces prehispánicas del actual Día de Muertos.