Atzazilistli, el rugido por las lluvias
Entre la riqueza de danzas tradicionales que conforman el vasto patrimonio inmaterial de México, se encuentra la de los tecuanes, una expresión ritual y festiva que aún pervive en comunidades nahuas, mixtecas y amuzgas de los estados de Guerrero, Oaxaca, Puebla, Morelos, Estado de México y Michoacán. Esta danza gira en torno a una figura imponente y simbólica desde tiempos mesoamericanos: el jaguar, representado por los danzantes mediante coloridas máscaras y vestimentas que evocan su fuerza.
Aunque existen múltiples variantes de los tecuanes, en dos regiones guerrerenses, Acatlán y Zitlala, se conserva una forma singular que la distingue del resto. En estos lugares, la danza, que en otras regiones suele tener un carácter festivo o de entretenimiento, adquiere un matiz más feroz y profundamente ligado a los ciclos agrícolas y a la cosmovisión mesoamericana.
Conocida como atzatziliztli (palabra náhuatl que comúnmente se traduce como “petición de lluvias”, aunque también puede interpretarse como “grito, rugido o clamor para llamar a la lluvia”), esta práctica no se manifiesta como una danza tradicional, sino como un enfrentamiento entre dos jaguares representados por hombres disfrazados de este felino.
En lugar de coreografías, hay combate. Sin embargo, no se trata de un acto de violencia gratuita, sino de un ritual que se fundamenta en el pensamiento mítico prehispánico, según el cual el sacrificio agradaba a Tláloc, quien a cambio otorgaba el agua necesaria para garantizar las cosechas. Por esta razón, el atzatziliztli se realiza siempre a inicios de mayo, coincidiendo con el comienzo del ciclo agrícola.