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Tula, ciudad de Quetzalcóatl.

Los Atlantes, uno de los principales atractivos de la zona arqueológica, ubicada en el estado Hidalgo.

  

Cuenta una leyenda que el rey-sacerdote Quetzalcóatl fundó la ciudad de Tula después de vengar el asesinato de su padre, y comenzó así un gran periodo de esplendor para los toltecas, ya que de la mano de su gobernante aprendieron artes e importantes doctrinas religiosas y realizaron grandes construcciones como los atlantes, símbolo que identifica la zona arqueológica.



Ubicada aproximadamente a 85 kilómetros al norte de la ciudad de México, en el estado de Hidalgo, la Zona Arqueológica de Tula es un lugar donde el tiempo corre de manera muy lenta y apacible. Los fuertes vientos y el clima semiseco, propios de la región del Valle del Mezquital, sitúan a la zona en un espacio donde el cielo siempre es azul.



Tula, junto con Teotihuacan y Tenochtitlan, fue uno de los grandes centros urbanos del Altiplano Central de Mesoamérica. La ciudad tuvo una larga vida de casi cuatro siglos en su momento de máximo apogeo (900 -1000 d. C.); de hecho, hacia el año 1000 era probablemente la ciudad más grande de Mesoamérica, con una extensión de casi 16 kilómetros cuadrados.



El esplendor de la  antigua ciudad quedó representado por los vestigios que, hoy en día, componen la zona arqueológica, como la pirámide B o Edificio de los Atlantes, el Palacio Quemado, el Altar Central, el Coatepantli o Muro de las Serpientes, los Juegos de Pelotas y el Tzompantli. Construcciones que guardan testimonio de la jerarquía que tuvo la ciudad en la época prehispánica.

 

El volumen de las dos pirámides principales no es muy grande, si se compara, por ejemplo, con el de las pirámides del Sol y de la Luna en Teotihuacan, pero la dimensión de las pirámides era realzada por las terrazas y plataformas que conforman el gran complejo arquitectónico sobre el cual se alzaban.


De ahí que uno de los principales atractivos del lugar sean las esculturas conocidas como  los Atlantes de Tula, que miden poco más de cuatro metros de altura, labrados en piedra basáltica, hallados en 1940 por el arqueólogo Jorge Acosta. Los  monumentales atlantes custodian la parte superior del Templo de Tlahuizcalpantecutli o Estrella de la Mañana (Pirámide B) desde la cual se aprecia toda la plaza principal del sitio.



En la parte trasera de la Pirámide B se localiza el Coatepantli o Muro de serpientes, estructura que mediante los estudios se ha deducido estuvo dedicada a Quetzalcóatl.



El Coatepantli contiene tres hileras de frisos, de las cuales la central muestra serpientes que devoran individuos semidescarnados, quienes representarían el alma de los guerreros; las otras dos presentan grecas escalonadas, mientras que en su parte superior tiene grabados caracoles cortados transversalmente que de acuerdo con las investigaciones están asociados a Venus.



La estructura es, por lo tanto, una muestra de la gran destreza que tenían los toltecas para labrar piedras. Este arte también se aprecia en los frisos que recubren la parte trasera de la Pirámide B (edificio de los atlantes) los cuales representan a diversos animales, como un puma y águilas. Estas estructuras al igual que el Coatepantli marcaban los límites del  “espacio sagrado”.



El edificio más importante de la zona es la llamada Pirámide C, localizada en el lado noreste de la plaza, su importancia radica porque de acuerdo con las investigaciones del arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Robert Cobean a estructura probablemente, era el axis mundi del recinto sagrado y por lo tanto el eje central de construcción de la ciudad.



“Podemos ver, por ejemplo, cómo el adoratorio está alineado con la escalera central de la pirámide, así como el principal juego de pelota del sitio”, comentó el especialista quien, además, explicó que dicha estructura tiene elementos parecidos a la de la Luna, en Teotihuacan. “La mayor similitud entre ambas estructuras piramidales radica en que la planta de ambos edificios tiene cinco cuerpos”.



Esta pirámide y algunos otros edificios localizados en el lugar —relacionados con la clase media de Tula— son, desde el punto de vista de Cobean, un símil, una remembranza de los toltecas hacia la cultura teotihuacana. Lo anterior está relacionado con los dos grupos étnicos de la fundación de Tula,  realizada hacia el 700 d. C., los teotihuacanos y los toltecas-chichimecas del norte.



El esplendor de la ciudad se ha fechado entre los años 900 y 1000 d. C.; durante este tiempo, Tula tenía casi 16 kilómetros cuadrados de extensión, por lo que la actual zona arqueológica sólo representa aproximadamente 12 por ciento de todo el territorio tolteca.



El Palacio Quemado, se ubica en el conjunto oeste de la Pirámide B (donde se encuentran los Atlantes). Está conformado por varios cuartos y columnas, así como patios hundidos centrales. El nombre fue dado por el arqueólogo Jorge Acosta, quien encontró en la década de los 40, sobre los pisos del edificio abundante carbón, restos de los techos quemados y colapsados.



El atractivo principal de esta estructura son los adosados de muros, vestíbulos, banquetas y altares recubiertos con bajorrelieves que representan procesiones de personajes divinos como Tláloc.

 

Pese al clima semiseco que caracteriza a la región y que se observa en los caminos que conducen a la zona arqueológica, los cuales están repletos de cactaseas, la presencia del río Tula permitió el desarrollo de una agricultura productiva. Por otra parte, la antigua ciudad estaba ubicada, de modo estratégico, en medio de yacimientos de obsidiana (como la Sierra de las Navajas), de alabastro y otros minerales.

 

Por su posición geográfica se convirtió en un importante paso de las rutas comerciales de la turquesa, proveniente del Norte de Mesoamérica, y de la región de Cañón del Chaco (en el actual territorio de Nuevo México, Estados Unidos).

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