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Niño Jesús, detalle. Museo Regional de Querétaro. Foto: José Antonio Cerda Velazco (2020).

• Estas pequeñas figuras proliferaron en los ámbitos religioso y civil, y fue frecuente encontrarlas en conventos, iglesias y oratorios privados

• En el catálogo Vetas a lo divino. La escultura en el Museo Regional de Querétaro, se analizan dos imágenes de niños pasionarios del recinto

Boletín 56

 

La Pasión y muerte de Jesús fueron un motivo iconográfico recurrente del arte virreinal y decimonónico, a lo que no escapa la advocación del Niño Dios, cuya dulzura no se empaña ni al soñar la cruz que le depara el destino, un modo de representarlo que proclama la humanidad del Divino Infante y, finalmente, el anuncio de la muerte que le espera y su triunfo sobre ella.

 

La investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Leonor Labastida Vargas, ha estudiado imágenes del Niño Jesús Pasionario, las cuales también tienen una amplia y particular adoración el Día de la Candelaria.

 

Estas figuras, de pequeñas dimensiones, en la que Jesús niño se representa dormido, reclinado o no, sobre la cruz y la calavera, como premonición de su martirio, proliferaron en los ámbitos religioso y civil, y fue frecuente encontrarlos en conventos, iglesias y oratorios privados, como parte de las devociones populares y de los cultos íntimos.

 

Para contextualizar su origen, Labastida Vargas señala que la figura del Niño Jesús exento, desligado de cualquier contexto histórico o simbólico, surgió en Italia, en el siglo XIV, y en Flandes, un siglo después, generando puntos de eclosión votiva muy específicos en los territorios de la monarquía española.

 

Hacia el fin de la Edad Media hubo una transformación fundamental, cuando la devoción a Cristo se transmutó en la de Jesús, con lo que aumentaron las prácticas religiosas privadas, la oración espontánea y el inicio de un equilibrio entre devoción y doctrina, principios de la llamada devotio moderna.

 

Destaca que no se puede tener un esbozo general de este culto sin enfatizar el papel primordial de los místicos y las órdenes religiosas, entre las que destacan la franciscana y la carmelita, que dieron lugar a una configuración iconográfica que pasó de la contemplación espiritual a la extendida veneración de dicha imagen, revistiéndola de cercanía y creando un símbolo redentor, a través de la mirada del infante, como Verbo Encarnado.

 

En Vetas a lo divino. La escultura en el Museo Regional de Querétaro, catálogo publicado recientemente por la Secretaría de Cultura federal, a través del INAH, de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía y del MRQ, la especialista en arte virreinal analiza dos imágenes de niños pasionarios que resguarda el recinto.

 

La primera remite a un infante de temprana edad que tenía un elemento entre sus manos, hoy perdido, probablemente una cruz o un cráneo. Su formato también hubo quien lo incluyó en los conjuntos conocidos como nacimientos.

 

En este sentido, abunda, “sabemos que, dentro de la popularidad y demanda que gozaron de forma extendida y por dilatadas geografías estas representaciones, Querétaro no fue ajeno a ello, destacando este tipo de obras en la denominada ‘Escuela queretana de escultura’”.

 

El otro ejemplo es un Niño Dios que recuerda al Cristo pasionario despojado de sus vestiduras. La figura se encuentra de pie y prácticamente desnuda, cuenta con un ligero paño de pureza que deja entrever la sexualidad del Mesías, condición que debió requerir las labores de costura y pasamanería propias de un convento, destinadas a configurar guardarropas para ataviar.

 

Por ello, Leonor Labastida deduce que esta obra del MRQ es de origen monacal, puesto que “su formato nos remite a la dote y ajuar propio de una religiosa, en el que era habitual contar con una imagen pequeña del Divino Infante, al que le prodigaban cuidado y adoptaban espiritualmente como pequeño hijo, al interior de su celda.

 

“Un aspecto singular de esta pieza son las referencias y guiños que hace a la escuela poblana de escultura y, en específico, a uno de los talleres más fecundos de la ciudad: el de los Cora. La forma avellanada de los ojos, el incipiente cabello que cae en pequeños mechones hacia el frente y el gracioso gesto derivado del contrapposto, nos acercan a las tallas de los infantes de estos escultores”.

 

Concluye que, a partir de estas obras, se pueden tender lazos que remiten al modelo pasionario que alcanzó tanta devoción y mantiene vigencia en imágenes de culto en México, como el llamado Niño de las Suertes, en Puebla, pero también a aquellas que desde tiempos virreinales integraron los belenes que engalanaban espacios importantes, como los recintos religiosos de Querétaro, una vez al año.

 

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