• A propósito del próximo eclipse solar anular, el arqueoastrónomo Arturo Montero García aborda el registro de este suceso en la época prehispánica
• “Lo más importante es que este eclipse nos permite la discusión en torno a si en las culturas antiguas había ciencia o superstición”, considera
Este 14 de octubre de 2023, el Sol, la Luna y la Tierra se alinearán formando un eclipse solar anular, el cual será visible en la península de Yucatán, y altamente apreciado en las zonas arqueológicas de Campeche, como Edzná y Becán. A propósito de ello, el colaborador en diversos proyectos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Ismael Arturo Montero García, hace un recuento del registro de este fenómeno astronómico en la antigua Mesoamérica.
En lengua nahua se le describía como Tonatiuh qualo, “el Sol es comido”, y en maya, Pa’al K’in, “Sol roto”, señala el director del Centro de Investigación y Divulgación de la Ciencia de la Universidad del Tepeyac; sin embargo, insta a separar el sentimiento de temor que un eclipse podía causar entre la población prehispánica, con el conocimiento que llegaron a detentar las elites sacerdotales y gobernantes que, en el caso de los mayas, emplearon un sistema complejo de contar los meses lunares asociados a las fechas escritas en la llamada cuenta larga. Con él, en combinación con glifos, hicieron cálculos astronómicos.
“Este eclipse nos permite la discusión en torno a si en el México antiguo había ciencia o superstición. La idea de que imperaba esta última se basa en fuentes del siglo XVI, y durante el virreinato se extendieron algunas supercherías; asimismo, sobreviven registros de algunas ocultaciones que datan del periodo Clásico (200-900 d.C.), y que nos hablan de una erudición sobre el tema.
“Los mayas, grandes observadores, profundizaron en la mecánica celeste y tuvieron una alta certidumbre para predecir los eclipses, de hasta 55%, pero no siempre podían comprobarlo, en virtud de que los lugares donde se observan están determinados por la rotación de la Tierra”, sostiene.
Por ejemplo –continúa–, el próximo eclipse anular de Sol (así llamado porque la Luna está en su posición orbital más alejada de la Tierra y tiene un tamaño aparentemente menor que el Sol, dejando un “anillo de fuego”) será visto con mayor claridad en la península de Yucatán; mientras que el eclipse solar total, del 8 de abril de 2024, lo podrán observar quienes se encuentren en ciudades del noroeste, como Mazatlán, Durango, Torreón y Monclova, aunque la mayor parte del territorio mexicano experimentara el fenómeno de manera parcial.
Montero García hace hincapié en que entre uno y otro eclipse medían 177 días, misma cuenta que aparece en el Códice de Dresde. El manuscrito maya contiene tablas y almanaques relacionados con los planetas visibles y una tabla con 69 intervalos de 177 o 148 días, relacionados con eclipses solares y lunares.
“¿Por qué podían predecirlos?, porque no puede haber un eclipse de Sol más que en luna nueva, y no puede haber uno lunar, salvo en luna llena. A partir de esta base, se puede tener un cierto grado de predicción, considerando desfases que requerían ajustes, como queda demostrado en el Códice de Dresde”, anota el arqueoastrónomo.
Uno de los diferentes símbolos mayas para un eclipse de Sol se representa en la página 54 de dicho documento. Los símbolos que lo componen son: una banda celeste, el Sol, dos fémures, como señal de muerte, y campos negro y blanco que semejan alas de mariposa, en alusión al ocultamiento.
El autor de La astronomía en Mesoamérica anota que uno de los registro más antiguos de un eclipse solar, acaecido en el actual territorio mexicano, se encuentra grabado en un logograma de la Estela 3 del sitio maya Santa Elena Poco-Uinic, en Chiapas, y alude a la fecha 16 de julio de 790, conforme a la cuenta larga.
En Xochicalco, en Morelos, en los frisos de la esquina noroeste de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, se repite una representación de una ocultación solar total en su decoración. Se trata de una quijada que muerde un disco circular dividido en cuatro partes, el cual representa al Sol, suceso acontecido el 1 de mayo de 664, durante el amanecer.
De acuerdo con el investigador, al oscurecerse el cielo por el eclipse, al este se apreciaron en conjunción Marte, Mercurio y Venus, junto con las Pléyades y, al oeste, Saturno: “un hecho que, sin duda, fue significativo y que pudo determinar la conmemoración de la pirámide”.
Asimismo, en la página 23 del Codex Mexicanus, algunos autores asumen que se representa el eclipse anular de Sol más antiguo del que se tenga noticia para el Centro de México, el cual aconteció en el año 6 Caña, 31 de julio de 1119. Al respecto, el arqueoastrónomo Jesús Galindo Trejo ha propuesto que la ocultación total solar del 21 de abril de 1325, de las 11:00 a las 11:06 horas, pudo ser la señal que determinó la fundación de México-Tenochtitlan.
En todo caso, concluyó Montero García, “desde los más recónditos tiempos en Mesoamérica un eclipse de Sol significaba un momento álgido, un estado de muerte e inmovilidad para el astro, por lo que era necesario restaurar su curso regular por medio del ritual”.
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