• Exdirectivos, decanos, gestores, arqueólogos y arquitectos, artífices y supervisores de la obra participaron en un conversatorio
• La escuela convoca al alumnado en la selección de materiales significativos, los cuales se guardarán en una cápsula del tiempo
Hace dos décadas, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) concretó un sueño acariciado hacía tiempo: dotar a la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM), “Manuel del Castillo Negrete”, de instalaciones a la altura de su importancia como institución pionera a nivel mundial, en la enseñanza de disciplinas abocadas a la investigación, recuperación, preservación y difusión del patrimonio cultural.
La Secretaría de Cultura federal, a través del INAH, celebró el 20 aniversario de la ENCRyM en “El Coroco” –como era conocido el terreno por la abundancia de corocos, fruto de la palma Acrocomia mexicana–, con la realización de una pequeña muestra gráfica y un conversatorio con exdirectivos, decanos, arqueólogos y arquitectos, artífices y supervisores de la obra arquitectónica.
Tal y como ocurrió en su inauguración, el 11 de diciembre de 2003, la escuela abrió una convocatoria para que el alumnado seleccione materiales que consideren significativos, con el fin de guardarlos en una cápsula del tiempo, la cual será desenterrada en 2043, en su cuadragésimo aniversario.
En los alrededores del Parque Anaya, en la colonia San Diego Churubusco, en Coyoacán, el edificio de la ENCRyM, diseñado por el arquitecto Gonzalo Gómez Palacio (Ciudad de México, 1944), destaca como un solo cuerpo a base de tabique rojo y acero, cuya robustez refleja la personalidad propia de la escuela, mientras su funcionalidad ha permitido el desarrollo armónico de la vida académica.
Su director, Gerardo Ramos Olvera, recordó que “fue un proyecto que permitió crecer a nuestra escuela, no solo en sus procesos de enseñanza-aprendizaje, sino también en la generación de nuevas líneas de investigación, iniciativas editoriales sólidas y cinco programas académicos, a los que esperamos sumar un doctorado. Todo eso hubiera sido imposible sin el compromiso de generaciones de estudiantes, maestros y directivos que han sabido velar por la continuidad de este proyecto educativo”.
Con el reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas, para la Educación, la Ciencia y la Cultura, la ENCRyM inició funciones en 1968. Fue la primera universidad, a nivel global, en ofrecer una licenciatura en Restauración y, en la actualidad, es un referente básico en Latinoamérica. Además de la licenciatura, oferta las maestrías en Conservación de Acervos Documentales, en Estudios y Prácticas Museales, en Conservación y Restauración de Bienes Culturales Inmuebles, y la especialidad en Museografía.
La coordinadora nacional de Conservación del Patrimonio Cultural, María del Carmen Castro Barrera, y la subdirectora de Investigación de la ENCRyM, Yolanda Madrid Alanís, destacaron que, desde su fundación, la escuela había compartido espacio con la citada dependencia, en el área aledaña del Ex Convento de Churubusco. Fueron 30 años de una dinámica interesante por la interacción entre trabajadores y estudiantes.
No obstante, dijo en su oportunidad la ex directora de la escuela, Mercedes Gómez-Urquiza, las aulas que se apodaban cariñosamente como “los gallineros”, no eran las adecuadas, y constantemente debían desalojarse para ceder el espacio a los profesionales de la coordinación. De ahí que cuando acudieron las autoridades de la Secretaría de Educación Pública a constatar las condiciones en que laboraban, no fue difícil convencerlas sobre la necesidad de contar con un espacio propio.
Gracias a las gestiones de la entonces titular del INAH, María Teresa Franco González Salas, y a la continuidad que el proyecto tuvo durante la gestión del exdirector del instituto, Sergio Raúl Arroyo García, pudo contarse con un nuevo edificio, el cual imprimió a la institución educativa mayor visibilidad, reconocimiento e identidad propia.
Sobre la obra arquitectónica, que se realizó entre 2000 y 2003, Gonzalo Gómez Palacio expuso que la condición alargada del terreno indujo naturalmente a una solución lineal del diseño, en donde se cuidó una relación amable entre lo construido –que respondió a requerimientos precisos funcionales– y los espacios verdes resultantes, logrando un equilibrio racional, armónico y amable, entre ambos componentes.
El resultado fue un edificio con una superficie de 7,760 metros cuadrados, que albergaba 13 aulas, 18 talleres, 6 laboratorios, 14 cubículos de profesores, auditorio con capacidad para 250 personas, aula magna, biblioteca y un área administrativa de 734 metros cuadrados.