*** El recinto custodia la presea y el pergamino que simbolizan el Premio Nobel de la Paz, al cual fue acreedora la activista guatemalteca en 1992
*** A través del documental, el recinto acercó al público la vida de una mujer que sigue velando por los derechos humanos de los pueblos indígenas
El Museo del Templo Mayor (MTM) custodia un par de piezas excepcionales: la presea y el pergamino que recibió Rigoberta Menchú Tum como ganadora del Premio Nobel de la Paz, en 1992. A 30 años de que la activista guatemalteca obtuviera el prestigioso galardón, este recinto presentó el corto Diez minutos con Rigoberta, para acercar al público la vida de esta luchadora social.
La Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el MTM, proyectó esta cápsula documental, la cual obtuvo mención honorífica en el Segundo Concurso “Miradas sin tiempo”, del Festival de Cine Antropológico del INAH, contando con los comentarios de su realizador, Roberto Salvador Rodríguez; del investigador del Centro INAH Tlaxcala, Milton Hernández García, y de la directora del museo, Patricia Ledesma Bouchan.
La titular del MTM refirió que, en su momento, la premio Nobel expresó que la presea y el pergamino permanecerían en este museo –expresión milenaria de una de las más altas civilizaciones de nuestros antepasados– “en una vigilia por la paz”, es decir, en tanto no se garantizaran los derechos humanos de los pueblos indígenas en su país natal.
Detrás de Diez minutos con Rigoberta hay una conversación de más de dos horas, cedida por la activista, en octubre de 2021, aunque las gestiones para la misma iniciaron años antes, previo a la contingencia sanitaria por la COVID-19, narró su realizador, el cineasta español Roberto Salvador Rodríguez.
El testimonio de la defensora de la paz, quien aparece con su vestido tradicional maya quiché, sobre un fondo blanco, intercala animaciones que recrean su relato, el cual parte con su infancia en Chimel, inmerso en un bosque brumoso y el aullido de los saraguatos anunciando la lluvia, y su traslado a la ciudad, la cual percibió como una cárcel, comparada con el medio en que creció.
La intimidad a la que se abre Rigoberta Menchú, con tono calmo, es una espiral que va del exterior, recordando la discriminación padecida en carne propia; avanza con la tragedia familiar, por muchos sabida, y se concentra en la injusticia sufrida durante siglos por una colectividad: la de los pueblos indígenas de Guatemala. En su confesión están las claves de su carácter decidido, entre ellas, el ejemplo dado por sus padres, ambos líderes de su comunidad.
En el documental recuerda la serie de interrogaciones a que se vio expuesta tras obtener el galardón. A tres décadas de distancia, reflexiona que uno de los logros fue mostrar al mundo el rostro indígena: “creo que parte del Premio Nobel fue la aprobación del Convenio 169, era la lucha que teníamos enfrente, así como la posterior Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, la cual reconoce su espiritualidad, territorio, idioma, indumentaria y su autodeterminación”.
Roberto Salvador Rodríguez hizo hincapié en la humildad que nace de Rigoberta Menchú, la cual proyecta sabiamente: “para ella, los seres humanos somos hijos del túnel del tiempo y hemos nacido para dejar algo, para labrar conciencia en las generaciones venideras, empezando por las acciones más simples e inmediatas con quienes nos rodean”.
Por último, el etnólogo Milton Hernández García destacó el impacto que generó la publicación de su autobiografía, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, en 1983, “la expresión de una víctima –al haber padecido un sistema capitalista, patriarcal, violento y colonial–, que fue capaz de afirmarse desde esa condición y emerger como conciencia crítica, organizando la lucha por la defensa de la vida indígena”.