• Considerada la maestra de la fotografía Polaroid experimental en México, inauguró la 16ª temporada de las charlas “Jueves fotográfico”
• Repasa cinco décadas de trayectoria y deja en claro que lo suyo es pensar fuera de la caja
Lourdes Almeida (Ciudad de México, 1952) tiene clara la función que el arte fotográfico cumple en su vida: “La fotografía es mi cómplice en los territorios privados, hace mi vida lúdica. Es como mi sombra, adherida a mí. Es mi memoria, reafirma mi intuición, me permite contradecirme sin culpa […] Con mi cámara me transformo en una ilusionista”.
Sobre las formas en que sublima y transmuta sus emociones, obsesiones y miedos, con estas técnicas –por algo es considerada la maestra de la fotografía Polaroid experimental en México–, conversó en la inauguración del 16 ciclo de conferencias “Jueves fotográfico”, organizado por la Secretaría de Cultura federal, a través del Sistema Nacional de Fototecas (Sinafo), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
En el diálogo con el titular del Sinafo y de la Fototeca Nacional, Juan Carlos Valdez Marín, la artista repasó cinco décadas de trayectoria, en el que dejó en claro que, si algo le va bien, es la innovación. Cada proyecto es una oportunidad para marcar pauta, ir a la vanguardia.
Relató que luego de una estancia en Italia y Francia, donde se capacitó y ejerció la fotografía de calle, regresó a México a finales de los años 70 del siglo XX, e inició sus pinitos con Polaroid, a sugerencia del director de teatro Juan José Gurrola. Los diversos retratos a creadores con fotografía instantánea conformaron su primera exposición, en 1981, titulada Retrato.
La década de 1980 le traería los primeros reconocimientos, menciones honoríficas en las bienales Nacional de Fotografía (1982) e Internacional de Fotografía en Belgrado (1985); el vínculo con Manuel Álvarez Bravo y exposiciones individuales, como Apariencias y Legiones celestiales que en, el caso de la última, le dieron materia de trabajo por 20 años: la iconografía católica.
Sin embargo, continuó Almeida, “siempre salgo de mi zona de confort, y de forma simultánea comencé a experimentar con blanco y negro, así surgió el portafolio de Lo que el mar me dejó, una exposición itinerante por México, Estados Unidos, Sudamérica y Europa”.
La cosecha de reconocimientos se dio en los años 90, no solo en el ámbito fotográfico, sino cinematográfico, obteniendo tres Premios Ariel por su colaboración en la cinta De noche vienes Esmeralda, de Jaime Humberto Hermosillo, con quien hizo mancuerna en otras películas.
Las exhibiciones se sucedían, Mujeres de cuerpo entero, Jesusito de mi corazón y Corazón de mi corazón, lo cual significó la consolidación de su carrera al recorrer museos de todas las regiones del país.
Destacó que, gracias a las enseñanzas del curador José Antonio Rodríguez, comenzó a aquilatar su propio álbum familiar y después iría más allá, a todos los rincones de México: playa, montaña, desierto, valles, para integrar un gran Retrato de familia de los mexicanos: indígenas, mestizos, afrodescendientes, campesinos, obreros, burócratas, etcétera.
Lourdes Almeida piensa fuera de la caja, ejemplo de ello fue su incursión en el arte objeto, y en el Museo Arte Moderno presentó transferencias en vidrio y emulsiones de Polaroid en agua destilada, contenidas en frascos, como parte de una muestra colectiva. Ya en el ocaso del milenio, empezó a utilizar Photoshop.
La fotógrafa abordó el proceso creativo detrás de sus collages y proyectos poco conocidos, como el portafolio Sístole y Diástole (2011), en el que, mediante retratos de un corazón de cerdo, expuestos como “trapitos al sol” en el Centro Médico Nacional Siglo XXI, liberaba una parte importante de su vida: 33 años compartidos con Luis Almeida.
La solidez y continuidad de su labor le han merecido formar parte del Sistema Nacional de Creadores y la entrega de la Medalla al Mérito Fotográfico, por parte del Sinafo, en 2017; así como la entrada a un mundo cada vez más onírico, como lo demuestran las imágenes de sus series Laberinto de quimeras o El insectario probable del Dr. Jünger, internándose en la macrofotografía.
Como ella misma concluye: “Estoy en la edad de desaprender. Se nos metieron tantas cosas en la cabeza, que lo mejor es seguir cambiando y avanzando. ¿Cuál Olimpo?, eso ni existe. Hay que desaprender”.
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