Boris Berenzon Gorn
La protagonista de estas líneas nació en 1932, dentro de una Ciudad de México que aún era más chinampa que metrópoli. Su formación, tanto en la Escuela Nacional de Antropología e Historia como en la Universidad Nacional Autónoma de México, e incluso en centros académicos de países tan lejanos como India, no fue solo académica.
Antes bien, su etapa estudiantil y sus estudios de posgrado fueron un ejercicio de inmersión en mundos simbólicos diversos, una iniciación silenciosa en la pluralidad de los credos humanos, misma que le serviría para esbozar la línea de fuerza que atraviesa a toda su obra: la religión no como institución dogmática, sino como estructura simbólica que da forma a la existencia.
En un tiempo donde el pensamiento antropológico dominante seguía siendo funcionalista, economicista o excesivamente centrado en la estructura social, González Torres se atrevió a mirar lo que pocos miraban sin prejuicio: el mito como forma de conocimiento, el rito como tecnología del alma, el sacrificio como lenguaje de sentido. Así, en lugar de explicar la religión como una patología o un residuo de lo primitivo, la estudió como forma de sabiduría.
De Tenochtitlan a Benarés, un puente sin tiempo
Uno de los aspectos más notables de su pensamiento es el diálogo que ha tejido entre los cultos mesoamericanos y los asiáticos. En lugar de asumir al eurocentrismo académico como medida de comparación, trazó correspondencias entre mundos no occidentales.
La India y Mesoamérica, distantes en geografía, pero próximas en sus conexiones con el cosmos y sus concepciones sobre el tiempo cíclico y la sacralidad de la naturaleza, fueron para González Torres un espejo doble. En donde otros vieron exotismo, ella vio patrones del alma colectiva.
A fines de la década de 1950, su paso por la Universidad de Delhi no solo amplió sus referencias, sino que enriqueció su método: introdujo en sus estudios una sensibilidad comparativa que no se limitaba al análisis estructural, sino que incluía lo experiencial, lo estético y lo psíquico.
Uno de sus más grandes actos de audacia intelectual fue estudiar a la religión desde sus márgenes: desde la sexualidad ritual hasta el sacrificio humano, pasando por la prostitución sagrada o la santería.
Temas tabúes que la academia mexicana solía evadir o tratar con distancia, fueron abordados por ella con una mezcla de rigor etnográfico y sensibilidad simbólica. En sus investigaciones sobre el sacrificio humano prehispánico, ofreció un análisis minucioso de esta práctica desde su lógica cosmológica y religiosa, desmontando visiones simplistas o moralizantes.
En obras como El sacrificio humano entre los mexicas (1985) y Diccionario de mitología y religión de Mesoamérica (1991), desentrañó los vínculos entre cuerpo, poder y espiritualidad en el México prehispánico, revelando cómo la sexualidad era un campo altamente regulado y simbólicamente cargado. Estos estudios no solo ampliaron el campo de la antropología de la religión, sino que abrieron caminos para repensar el cuerpo como eje sagrado.
Su interés por fenómenos sincréticos se muestra también en trabajos donde analiza la forma en que religiones afrocubanas se insertan en el imaginario popular mexicano contemporáneo. González Torres posee una aguda capacidad de observación, misma que no se limita al pasado arqueológico, sino que sigue el pulso vivo de la religiosidad actual.
Un llamado a repensar lo sagrado
Hoy, en una época marcada por la fragmentación identitaria, el nihilismo simbólico y la pérdida del sentido comunitario, la obra de Yólotl González Torres se vuelve más pertinente que nunca. Su participación en grandes proyectos editoriales internacionales no solo legitimó su voz académicamente, sino que consolidó su lugar como una de las principales expertas en religiones mesoamericanas. Sus libros, artículos, conferencias y disertaciones han permitido a miles de personas acceder a visiones no eurocéntricas del fenómeno religioso.
Ideario Intelectual de Yólotl González
1. El símbolo es una forma de conocimiento
Concibe al símbolo no como ornamento del pensamiento, sino como una estructura originaria de la conciencia humana. En las civilizaciones mesoamericanas, el símbolo no decora: organiza, transmite, revela. Estudiarlo es leer una gramática sagrada que da sentido al mundo y al cuerpo.
2. Toda religión es un lenguaje colectivo
La religión, lejos de ser un rezago arcaico, constituye una forma profunda de comprensión del ser humano y su relación con el cosmos. Analizarla es estudiar cómo una comunidad narra su origen, su dolor, sus límites y su esperanza. La antropología de la religión no debe abordar la fe desde su función, sino interpretarla como una expresión vital de lo humano.
3. La comparación no homogeniza, revela
Comparar religiones no significa nivelar sus diferencias, sino iluminar sus resonancias. Al estudiar las religiones mesoamericanas junto con las de Asia, en particular las de India, descubrió ecos de sabiduría que no son casuales: visiones del tiempo cíclico, del sacrificio como regeneración, de lo sagrado como energía vital. La comparación es una herramienta epistemológica, no un acto colonial.
4. Lo marginal también es centro
Temas como la sexualidad ritual, la prostitución sagrada, la santería, el culto popular o el sacrificio humano han sido marginados no por irrelevantes, sino por incómodos. Su estudio puede revelar verdades profundas sobre el cuerpo, el poder y lo sagrado. Es en los márgenes donde a menudo se revelan los centros ocultos de una cultura.
5. La academia debe fundar comunidad
El saber no debe encerrarse en torres de cristal. Por ello, impulsó la creación de instituciones como la Sociedad Mexicana para el Estudio de las Religiones, para tejer redes entre pensadores, investigadores y pueblos. El conocimiento académico debe estar al servicio de una sociedad crítica, plural y creativa.
6. La mirada del antropólogo es también un espejo
Estudiar a "los otros" no es posible sin estudiarse a uno mismo. Toda observación etnográfica implica un proceso de reflexión interior.
7. Pensar desde México para el mundo
Mesoamérica y México no son solo objetos de estudio para Yólotl González, son también fuentes de pensamiento. Las religiones indígenas, los sincretismos modernos, la Virgen de Guadalupe, la mexicanidad ritual, son, para ella, claves para repensar lo universal desde lo propio.
8. El saber se honra con entrega vital
Investigar, enseñar y escribir son formas de compromiso con la verdad, con la belleza del conocimiento y con la historia de los pueblos. Su vocación es una forma de respeto a los antiguos y a los que vendrán.
9. El pasado no está muerto, respira en el presente
Los dioses mexicas, los símbolos olmecas, los mitos nahuas no han desaparecido: viven en el habla, en las devociones, en las danzas y en las prácticas cotidianas. El pasado es una forma viva de tiempo.
10. La espiritualidad también puede ser crítica
En sus palabras: “Ser espiritual no es negar la crítica; y ser crítica no implica negar lo sagrado”. Una antropología de la religión comprometida debe ser rigurosa, sí, pero también abierta a las potencias del misterio y el asombro. El conocimiento nace cuando razón y espíritu dialogan sin jerarquías.