Boris Berenzon Gorn
Eckart Boege Schmidt (Puebla, 1946) es una figura fundamental y multifacética de la antropología mexicana. Su obra trasciende la investigación para constituirse en un compromiso vital y en un puente entre el saber académico y la praxis comunitaria. Antropólogo social, investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y formador de varias generaciones de estudiantes, su trayectoria se define por la búsqueda constante de articular las ciencias sociales y naturales con el fin de comprender y defender la interrelación entre cultura y naturaleza.
Cada uno de sus libros, artículos, conferencias o planteamientos, es una herramienta de acción y un llamado a reconocer en los territorios indígenas la fuente de una resistencia profunda y de modelos alternativos frente a la homogeneización cultural y a la depredación del sistema económico dominante.
En diálogo con pensadores como Víctor Manuel Toledo, ha consolidado la noción de diversidad biocultural como motor de la subsistencia planetaria, aportando a la academia un vocabulario preciso y ofreciendo a las comunidades un marco conceptual útil para la defensa de sus recursos y saberes ancestrales.
Trayectoria académica y profesional
La formación de Eckart Boege refleja su vocación transdisciplinaria. Inició en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde obtuvo la licenciatura y la maestría en Antropología Social, y prosiguió en la Universidad de Zúrich, Suiza, donde se doctoró en Etnología. Esta doble perspectiva, enraizada en la tradición mexicana y nutrida por la experiencia europea, le permitió desarrollar una visión crítica y original sobre los fenómenos de identidad, cultura y poder.
En la década de 1970 fue ayudante administrativo del filósofo y antropólogo Paul Kirchhoff, con quien conoció los seminarios académicos que desembocarían en la monumental Historia tolteca-chichimeca (1976), editada por este último junto a Lina Odena Güemes y Luis Reyes García.
Se trasladó a Berlín para estudiar filosofía y se nutrió de las teorías sociales de la escuela de Fráncfort. En la capital alemana analizó conceptos como el de la socioarqueología, que posteriormente aplicó en México.
De vuelta en territorio nacional participó en diversos proyectos de investigación en campo. En Yucatán, por ejemplo, bajo la guía del arqueólogo Alberto Ruz L’huillier, exploró cómo los mayas contemporáneos concebían su propia historia.
Asimismo, trabajó junto a Roger Bartra en un proyecto sobre estructuras de poder en el Valle del Mezquital, Hidalgo, del que nació el libro Caciquismo y poder político en el México rural (1978). Más tarde publicó su primera obra académica: Los mazatecos ante la nación. Contradicciones de la identidad étnica en el México actual (1988).
Su trayectoria institucional es igualmente destacada: fue coordinador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Unidad Golfo, en Xalapa, Veracruz, y académico de su alma mater.
Desde 1975 forma parte del INAH. En 2012 fue reconocido como investigador emérito. Además, impartió clases en el Instituto de Ecología AC, de Xalapa, experiencia que resultó clave para articular su noción de patrimonio biocultural al demostrar que la biodiversidad no puede entenderse sin la acción cultural que la sustenta.
Contribuciones intelectuales y teóricas
La producción académica de Boege es amplia: artículos, manuales y libros entre los que destacan Protegiendo lo nuestro: Manual para la gestión ambiental comunitaria (2000) y El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México (2008). Este último se ha convertido en piedra angular para comprender que la biodiversidad mexicana no es producto del azar, sino resultado de la domesticación, el manejo y la conservación milenaria de los cultivos, realizada por los pueblos indígenas.
De este planteamiento surge el concepto de patrimonio biocultural, que postula la inseparabilidad entre diversidad biológica y cultural. Para Boege, el maíz, el frijol o el cacao son expresiones vivas de cosmovisiones y saberes ancestrales. Su pensamiento rompe con la visión dualista entre naturaleza y sociedad, proponiendo un entramado inseparable que hace de la defensa de los derechos indígenas un imperativo ecológico global.
Entre la teoría antropológica y la práctica comunitaria
El trabajo de campo ocupa un lugar central en su vida intelectual. Durante una década, en la región de Calakmul, Campeche, acompañó a comunidades mayas y campesinas en la gestión sustentable de la selva. Allí diseñó programas que integraban saberes locales y conocimientos técnicos, mostrando que la sustentabilidad es viable cuando los pueblos son reconocidos como custodios de sus territorios.
En este escenario, la selva dejó de ser vista como un recurso para convertirse en un territorio vivo, fuente de identidad y dignidad. La antropología, así, se transformó en un instrumento de emancipación y resistencia frente a megaproyectos extractivistas, demostrando que los saberes tradicionales no son reliquias, sino alternativas reales para enfrentar la crisis climática.
Hacia la conservación del patrimonio biocultural
El núcleo de su pensamiento se articula en torno a la conservación in situ de la biodiversidad y agrodiversidad en los territorios indígenas. Cada semilla, plantea, encierra siglos de historia, cada lengua indígena es un archivo de conocimientos ecológicos y cada comunidad un laboratorio vivo de sustentabilidad.
En 1987, fue cofundador de Pronatura Península de Yucatán, invitado por la ecologista Joann Andrews, y participó en la conformación del expediente técnico que hizo posible la declaratoria presidencial de Calakmul como Reserva de la Biosfera, en 1989.
Dentro de esta localidad campechana impulsó proyectos de manejo forestal sustentable, apicultura y estrategias contra el tráfico ilegal de maderas preciosas. Su experiencia en Calakmul confirmó que la conservación no puede realizarse sin pueblos indígenas: son ellos quienes han creado, enriquecido y protegido la diversidad biológica.
El impacto de sus planteamientos trascendió lo regional, influyendo en organismos como las organizaciones de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y Cultura, y para la Alimentación y la Agricultura. Sus postulados, igualmente, han contribuido a sustentar políticas públicas mexicanas orientadas a reconocer los territorios indígenas como custodios de la biodiversidad.
En paralelo, ha desarrollado estudios estadísticos sobre la condición indígena en México. En 2002, estimó en doce millones la población indígena considerando el criterio de lengua, pero subrayó la necesidad de incluir la autoadscripción de cada pueblo, elemento que posteriormente incorporó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía en sus censos.
Reconocimiento y legado
En charlas y encuentros recientes, moderados por investigadores del INAH como la antropóloga Aída Castilleja González y el etnólogo Leonel Durán Solís, Boege ha reflexionado sobre su trayectoria, desde sus inicios en la arqueología y la etnografía hasta su estrecha relación con el indigenismo y la defensa territorial.
Su pensamiento, plasmado en décadas de trabajo, conjuga teoría, docencia y práctica comunitaria. Más que un académico, es un intelectual comprometido, un aliado de los pueblos originarios y un constructor de paradigmas que sitúan a la diversidad biocultural como fundamento ético de la supervivencia.
Eckart Boege nos recuerda que el futuro de la humanidad depende de reconocer la sabiduría de quienes, desde tiempos ancestrales, han sabido habitar el mundo sin destruirlo. Su voz resuena con fuerza en tiempos de crisis climática y homogeneización cultural: la esperanza de la vida en la Tierra se encuentra en la diversidad, en el respeto a los territorios y en la defensa del patrimonio biocultural como pilar de un porvenir justo y sostenible.
