Por: Angélica Navarro Castillo
Licenciada en Ciencias de Comunicación, trabaja en el medio editorial y periodístico desde 2001. Ha participado de la evolución de los medios impresos a los digitales.
La danza de arrieros es una manifestación cultural que fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado de México el 14 de abril de 2023, gracias a los pueblos de origen otomí que han preservado los usos y costumbres por 201 años. El expediente para la declaratoria, emitida por decreto, se hizo por el empeño de los mexiquenses de San Pedro y San Pablo Atlapulco, quienes sienten un hondo orgullo por transmitir su cultura.
A solo 10 minutos de La Marquesa, en el municipio de Ocoyoacac, Estado de México, Atlapulco está rodeado de bosques de oyamel y fue lugar de paso de hacendados y campesinos. Esta antigua danza se remonta a cuando los viajeros transportaban mercancías hacia los pueblos y estados vecinos.
Desde 1607, los arrieros de Atlapulco trabajaron al servicio de la Real Casa de Moneda, suministrando carbón a pie; a su regreso al pueblo, acudían al templo para darle gracias a Dios por la jornada, y rendían cuentas a su patrón. Luego vinieron las mulas; después los camiones.
La recreación de estas experiencias, ahora hechas folclore, conforman los nombres de los personajes, las alabanzas y los 33 sones y jarabes de la danza de arrieros, la cual se ejecuta a lo largo de varias horas durante las tres celebraciones importantes del pueblo:
- Fiesta mayor, tres días antes de la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza
- Fiesta de San Pedro y San Pablo, el 29 de junio
- Fiesta del Señor de la Caña o del Divino Salvador, el 6 de agosto
La invitación
Francisco Alcántara Solano propuso hacer partícipe a la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Una comitiva fue a las oficinas de la Coordinación Nacional de Difusión a la Ciudad de México a solicitar apoyo. Se presentaron los representantes de la mayordomía 2023-2024: los caseros, Maribel Villela Esquivel y Roberto Victorio Padua; los tesoreros, Magnolia García Saldaña y Federico Sánchez Mateos; los secretarios, Aidee Alcántara Salinas y Felipe Montes; y Salvador Mendieta.
En una sesión de trabajo, Maribel Villela habló del decreto y de la identidad; Roberto Victorio manifestó el deseo de realizar la danza de arrieros en algún espacio de la Ciudad de México e, incluso, recrear el camino en una suerte de peregrinación para evocar las épocas en las que traían el carbón a la ciudad. La honra hacia los ancestros se manifiesta en estos rituales.
Las danzantes
En Atlapulco hay dos cuadrillas. En diferentes regiones del Estado de México y en la Ciudad de México existen alrededor de 100 cuadrillas. De acuerdo con el expediente, la danza de arrieros de San Pedro y San Pablo Atlapulco conmemoró el bicentenario de su origen y fundación, al evento convocó a otros grupos de danzantes: de Santa María la Asunción y San Juan Coapanoaya, del municipio de Ocoyoacac; de San Mateo Atarasquillo y de Santiago Analco, ambos del municipio de Lerma; y de San Bartolo Ameyalco de la alcaldía Álvaro Obregón, en la Ciudad de México.
En Atlapulco danzar significa rendir tributo, pedir bendición para el resto del año y también refrenda la identidad. Desde luego, la danza de arrieros ocurre en medio de un ritual lleno de alegría, de ofrenda y respeto. Sin embargo, hay habitantes que lo viven con mayor intensidad y gusto, como el caso de Dolores Juárez, de 90 años de edad, quien luego de una operación de cadera, llega al corral en silla de ruedas, acompañado por su hija, María Guadalupe Juárez Núñez, y su nieta.
A Dolores le brillan los ojos cuando rememora los años en los que fue arriero, que transportaba maíz. Habla otomí, es de los pocos del pueblo. También fue tlachiquero y ayudante en las obras. El dinero faltaba, pero alcanzó para darle escuela a su hija, quien ahora trabaja en el ISSSTE, en la jefatura de enfermería. María Guadalupe nos explica que su mamá le contó que ella dejó de hablar su lengua materna porque le cortaron sus trenzas dos veces por hacerlo.
Emilio Dávila, de 87 años, sostenido por un bastón, es uno de los danzantes mayores. Él habla poco, nos cuenta que se sumó a la cuadrilla desde 1980: este año cumple 43 años de no faltar a su compromiso, para ofrendar, rezar, cantar alabanzas y bailar los sones y jarabes.
En el extremo de la vida, está José María, quien se inscribió en la cuadrilla para estar de Pascualita, los arrieros que se encargaban de cocinar. Él, de 15 años de edad, junto con otros compañeros que portan manta, mandil y sobrero, se entrega con decisión a dar vueltas con palas de madera enormes al atole, arroz y mole que se prepara desde temprano.
Así es como ha sobrevivido esta tradición: incluso hay bebés de unos tres años en la rueda del corral donde la cuadrilla da vueltas. De generación en generación y con la participación de mujeres es que se ha ido legando la forma, el fondo y la devoción.
Los hombres y niños que participan en las cuadrillas van vestidos de calzón y camisa de manta, faja, huaraches, morral, sombrero de astilla, paliacate y gabán de lana. El color del paliacate y del gabán depende de la fiesta que se trate: morados, para las fiesta de agosto y rojos para la principal y la mayor. Las mujeres también van de manta, pero hay menos rigor en cuanto al calzado.
La celebración
La fiesta comienza con una procesión desde las afueras del pueblo, que llega a la parroquia, donde se oficia una misa. Sacan las imágenes de la iglesia para colocar el altar en los dos corrales techados que flanquean el atrio.
Ahí, una a una, se ejecutan las piezas que componen la danza, durante la cual los cocineros (Pascualitas) preparan mole, arroz, elotes y atole, que se servirá a los patrones y a los arrieros, quienes bailan en círculos dentro del corral, comandados por estandartes.
En cada vuelta van contando, bailando y representando una parte de la faena ancestral: la llegada, la comida, el atole, la raya, el registro, la emparejada, etcétera. Entre las ofrendas llegan panes, fruta, gelatinas, las cuales se reparten entre la comunidad al ritmo de la música que no para durante más de ocho horas.
Elementos como el incienso, las semillas de maíz, fruta y tortillas se mezclan con el Cristo, al son de las melodías que ejecutan los músicos del pueblo, las cuales comenzaron, como cuenta el cronista del pueblo, Alfredo Núñez Callejo, con una guitarra y un violín, para pasar a la pequeña orquesta con trompetas, saxofones, tuba y la batería, como la conocemos hoy en día.
Los fundadores, cuyos registros datan el origen de la tradición hacia 1822, fueron Félix Solano y Camilo Zacarías (primer casero), y los músicos Bartolo Romero (violinista) y Julián Jiménez (guitarrista).
Las personas responsables de la manzana de la avenida de la Veracruz, que son responsables de las festividades este 2023-2024, son: Juan Victoria Solano, Rosario Peña, Osvaldo Plata, Marlén Juárez Ramírez, María Elena Díaz, Olivia Ángeles, Lucio Salinas Villegas, Artemio Ángeles Villada, Sara Mateos, Marisol Samano Avilez, Ana Karen Sánchez, Eduardo González, Alberto Victoria, Lucero Díaz, Salvador Mendieta, Guadalupe Ramírez, Mónica Rivera, Aidee Alcantara Salinas, Felipe Montes Santiago, Federico Sánchez Mateos, Magnolia García Saldaña, Guadalupe Miramón, Roberto Victoria Padua y Yadira Maribel Villela Esquivel, entre otros.