Recreación de un tzompantli en la Zona Arqueológica de Tecoaque. Foto: Gerardo Peña, INAH.

Por: Carmen Mondragón Jaramillo

Carmen Mondragón Jaramillo

Desde hace más de 20 años escribo sobre patrimonio cultural para audiencias no especializadas. Mi trabajo aborda temáticas relacionadas con la arqueología, biodiversidad, antropología, conservación, museos, paleontología, historia, entre otras disciplinas que ayudan a comprender que el valor de los bienes y manifestaciones culturales no está en un pasado rescatado de modo fiel, sino en la relación que dichas huellas y testimonios establecen en el presente, con las personas y con las sociedades.

Los hechos acaecidos en Zultépec, donde huestes enviadas por Hernán Cortés se vengaron del cautiverio y la inmolación de que fue víctima una de sus caravanas, dejó tal estigma sobre el pueblo acolhua que, renombrado como Tecoaque, “donde se los comieron”, nunca volvió a habitarse. Ese olvido resultó en ganancia para la arqueología que, casi 500 años después, encontró una historia inalterada.

 

Tras ser asolado por órdenes de Hernán Cortés, el asentamiento acolhua nunca volvió a ser poblado. Foto: Gerardo Peña, INAH.

 

Este año, el Proyecto Arqueológico Zultépec-Tecoaque, que dirigen los arqueólogos Ana María Jarquín Pacheco y Enrique Martínez Vargas, cumple 35 años y, quizás, uno de sus aportes principales haya sido revelar que el proceso de conquista y colonización del centro de México, por parte del capitán español y sus aliados, enfrentó resistencias más allá de la que opusieron las ciudades gemelas de Tenochtitlan y Tlatelolco.

 

Arqueólogo Enrique Martínez Vargas. Foto: Gerardo Peña, INAH.

 

En sus bodegas del otrora casco del Rancho de Santo Domingo Tequixtla, la iniciativa de investigación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), resguarda 30,000 piezas arqueológicas, de las cuales, se han inventariado 27,000. En el Museo de Sitio, ubicado en ese mismo espacio, se muestra una selección de 150 objetos que hacen referencia a los dos momentos de ocupación del sitio, en los periodos Clásico (200-650 d.C.) y Posclásico Tardío (1200-1521 d.C.).

 

En el casco del antiguo Rancho de Santo Domingo Tequixtla hoy se alberga el museo de sitio y la bodega del sitio patrimonial. Foto: Gerardo Peña, INAH.

 

Aspecto del Museo de Sitio de la Zona Arqueológica de Tecoaque. Foto: Gerardo Peña, INAH.

 

De acuerdo con el arqueólogo Martínez Vargas, por su posición geográfica en la región de Calpulalpan, en Tlaxcala, Zultépec, “Cerro de las codornices”, jugó un papel importante en la dinámica comercial entre la Costa del Golfo y el sureste, con el Altiplano Central. Durante el periodo Clásico, en interacción con la gran urbe de Teotihuacan, y en el Posclásico, con Texcoco, ciudad que integraba la Triple Alianza al lado de Tenochtitlan y Tlacopan.

 

Explica que Cortés, tras derrotar en Cempoala a Pánfilo de Nárvaez –enviado por el gobernador de Cuba, Diego de Velázquez, para apresarlo–, regresó de emergencia a Tenochtitlan, dejando atrás una caravana de 450 personas de origen europeo, africano, nativos de las Antillas e indígenas aliados: tlaxcaltecas, otomíes, totonacos y mayas, que constituían el grueso del contingente (tres centenas).

 

Pese a la advertencia del pacto que Zultépec sostenía con la Triple Alianza, la caravana fue capturada en un malpaís cerca de aquel lugar, el 24 de junio de 1520. Los hombres y mujeres, además de animales de cría que cargaban como bastimento, fueron encomendados a los pobladores, que acondicionaron sus viviendas para mantenerlos cautivos por ocho meses en que, paulatinamente, se convirtieron en víctimas de diversos sacrificios.

 

“Estamos viendo a qué deidades estaban dedicadas las festividades comprendidas en ese periodo, de julio a febrero de nuestro calendario actual. Estaba la recreación del origen de Cihuateteotl, a propósito del cual se inmoló a dos infantes cautivos, así como del mito de nacimiento del Quinto Sol, más otras fiestas del calendario ritual mesoamericano. La gente de Zultépec estaba pidiendo a sus dioses la fuerza para resistir a la conquista de México-Tenochtitlan”, manifiesta el investigador del Centro INAH Tlaxcala. 

 

El caso más documentado corresponde a un conjunto de 14 cráneos, descubierto en una fosa cuadrada de la plataforma adosada al Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl, los cuales estaban cubiertos con fragmentos de un octécomatl policromo (una gran vasija que simboliza la cabeza de la diosa Mayahuel), y tenían perforaciones en ambas regiones parieto-temporales, indicativo de su exposición en un tzompantli.

 

Se estableció que los cráneos corresponden, en partes iguales, a individuos masculinos y femeninos.  Nueve masculinos son de origen amerindio (por las características morfológicas se piensa que cinco son de origen otomí, dos de la Costa del Golfo y dos más, posiblemente, tlaxcaltecas). Destaca además el cráneo de una mujer, que se presupone era maya.

 

Del grupo de cinco cráneos de individuos de origen no mesoamericano, sobresale el de una mulata y el resto corresponde a personas de origen europeo: adultas, de entre 20 y 35 años.

 

“Las huellas de intemperismo han permitido establecer con exactitud que fue en invierno, orientados hacia la salida del Sol, cuando estuvieron colocados en parejas en el altar, uno masculino y uno femenino”, indica Martínez Vargas.

 

En su opinión, 35 años son pocos para el potencial de un sitio arqueológico de 320,000 metros cuadrados de superficie, del que sólo se ha explorado el 10 por ciento. Ejemplo de ello, son la decena de aljibes que faltan por explorar, en que los pobladores de Zultépec guardaron sus pertenencias ante la revancha que sabían llegaría. Hasta el momento se han excavado 22 de estos almacenes de agua.

 

Al día de hoy solo se ha explorado el 10 por ciento del sitio arqueológico. Foto: Gerardo Peña, INAH.

 

“Otros pendientes son los análisis de ADN para determinar si algunos individuos estaban emparentados, es decir, si en algunos casos se puede hablar de familias; además de continuar la reconstrucción facial en 3D de las víctimas, lo que permite acercar aún más esta realidad histórica a los visitantes de nuestro museo de sitio”, finaliza el arqueólogo.

 

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