Eduardo Suárez
Es reportero en la Dirección de Medios de Comunicación del INAH desde 2016. Ha colaborado en medios culturales como Km. Cero y del sector energético como Global Energy, también ha realizado divulgación histórica en el Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y sido conferencista sobre temas vinculados con la historia del periodismo y la literatura de México en el siglo XIX.
Existen en las novelas de misterio, o en los casos de true crime, elementos comunes: un delito que queda impune durante décadas, pruebas inconexas esperando su análisis y, finalmente, un hombre o una mujer cuyos esfuerzos no cesan hasta resolver el caso. La historia del Monumento 9 de Chalcatzingo, una escultura prehispánica que también es llamada “Portal al Inframundo”, no es muy distinta.
En este orden de ideas, la víctima es el propio monolito olmeca, descubierto a inicios de 1960 y reducido prácticamente a escombros por traficantes de arte, quienes tras comprarlo mediante engaños al campesino que originalmente lo encontró, comenzaron a golpearlo con grandes mazos desde su cara posterior.
La finalidad era que, sin impactar en las tallas de su perfil frontal, se pudiera aligerar su peso de más de una tonelada y reducir su altura de 1.80 metros, para que fuera más sencillo cruzar la frontera del río Bravo y buscar un comprador en Estados Unidos.
Y aunque así sucedió, por fortuna también hubo alguien que con pasión detectivesca siguió todas y cada una de las “migas de pan” dejadas por el elemento ausente: Mario Córdova Tello, el investigador en Morelos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que leyó por primera vez del Monumento 9 hace 25 años.
En sus manos había caído el libro Ancient Chalcatzingo (1987), en cuya portada se presenta en blanco y negro, como si se tratara de una ficha de búsqueda pegada en los muros de una estación de policía, la fotografía del monolito secuestrado.
El autor de esa obra era David Grove, un arqueólogo cuya vida estuvo totalmente ligada a Chalcatzingo, no solo porque estudió el sitio prehispánico durante décadas, volviéndose su más importante referente académico, sino también porque, en lo tocante al Monumento 9, fue el responsable de describirlo y darlo a conocer en 1968.
Grove, quien vio la pieza en la primera de las varias exposiciones para las que cínicamente fue ‘prestada’[1], analizó su estilo y lo vinculó con otros petrograbados y objetos escultóricos chalcatzincas.
En un artículo que escribió después de aquel encuentro y que publicó en American Antiquity, consignó que el sustrato de la pieza –ya entonces rearmada– era la granodiorita; material idéntico al de los cerros Delgado y Chalcatzingo, el par de peñas que dominan el paisaje del pueblo morelense.
Con esta doble confirmación del origen de la pieza, Córdova se dio a la tarea de formar un expediente que creció año con año, y que terminó por consignar todos los datos científicos del Monumento 9, así como las huellas que había dejado a su paso en Norteamérica... Huellas que, en los albores de este siglo XXI, se habían vuelto más sigilosas y cuidadosas.
Dicho expediente, de hecho, fue la pieza clave que los equipos legales de la Coordinación Nacional de Asuntos Jurídicos del INAH, de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) y de la Unidad de Tráfico de Antigüedades del distrito fiscal de Nueva York usaron para probar que se trataba de un bien patrimonial sustraído ilegalmente de México.
Para entonces, expertos del Centro INAH Morelos también habían contribuido a la investigación, mediante la realización de entrevistas etnográficas con los adultos mayores de Chalcatzingo, a fin de indagar en los relatos orales, sobre dónde y cuándo había ocurrido el hallazgo de la colosal pieza precortesiana.
De manera irónica, tras este seguimiento de 25 años, y de un proceso legal que requirió de ocho meses de trabajo coordinado entre autoridades México y Estados Unidos, uno de los últimos escollos, ya que la pieza había sido confiscada, era que Córdova Tello no tenía visa estadounidense.
En un contexto en el que estos permisos de viaje han prolongado su entrega como un efecto de la pandemia de la COVID-19, el arqueólogo se topó con citas disponibles hasta 2025. No obstante, gracias a la intervención de las autoridades diplomáticas, se hizo una excepción para permitir que, en tres días, el documento fuera entregado al investigador.
De-vuelta a México
El 19 de mayo de 2023, autoridades de la SRE, del Consulado de México en Nueva York y del INAH, entre ellos Mario Córdova, acudieron al Aeropuerto Internacional de Denver, Colorado, para la entrega-recepción oficial del Monumento 9.
Previo a este acto, la restauradora Ana Bertha Miramontes Mercado, adscrita a la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCP), había viajado a la unión americana para dictaminar el estado de conservación de la pieza, luego de su confiscación.
Su diagnóstico fue que el Monumento 9 guardaba un buen estado de conservación[2] y era factible su traslado aéreo. Con esta aprobación, se instruyó la creación de guardas plásticas y de madera diseñadas para proteger a la pieza de cualquier movimiento durante el viaje entre las ciudades de Denver, en Estados Unidos, y Cuernavaca, en Morelos, México.
Así, a las seis de la tarde de aquel 19 de mayo, a bordo de un avión Hércules de la Fuerza Aérea Mexicana, el “Portal al Inframundo”[3] remontó los cielos mesoamericanos y arribó al Aeropuerto Internacional de Morelos a las 11 de la noche. De inmediato fue llevado al Museo Regional de los Pueblos de Morelos (MRPM), en donde se liberó de sus plásticos de protección para que tuviera tiempo de rehabituarse al clima morelense.
“¡Viva Chalca!”
Chalcatzingo es una localidad de vocación agrícola que se asienta muy cerca del sitio que los olmecas, y más tarde los chalcas[4], eligieron para ocupar hace 2,800 años debido a razones muy similares: amplios espacios para sembrar y la cercanía del río Amatzinac y de otras fuentes de agua.
El poblado es una de las cinco comunidades que integran al municipio de Jantetelco, histórico en sí mismo por haber sido el sitio en donde, en diciembre de 1811, se levantó en armas el sacerdote Mariano Matamoros para unirse a la guerra de Independencia.
Muchos de sus pobladores, en palabras del alcalde de Jantetelco, Ángel Domínguez Sánchez, habían escuchado de sus padres o de sus abuelos la historia de una pieza arqueológica robada muchos años atrás; sin embargo, no dimensionaban la importancia de esa escultura hasta que la noticia de su repatriación –dada a conocer el 31 de marzo de 2023 por el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador– comenzó a dar la vuelta al mundo.
Desde entonces la emoción es palpable y creciente, según comentan, entre porras y ¡vivas!, Eloy Barranco Dávila y Pilar Aguirre Tadeo, funcionarios municipales oriundos de Chalcatzingo, quienes atestiguan ya las acciones de mejoramiento que el ayuntamiento lleva a cabo para dar, en 2024, una bienvenida digna al Monumento 9.
La más importante de estas acciones es la remodelación del Museo de Sitio de la Zona Arqueológica de Chalcatzingo, que será reforzado en su seguridad, mejorado en su museografía e incluso en su arquitectura, ya que el monolito olmeca –de 1.8 metros de altura y 1.5 metros de ancho– ni siquiera cabe por el acceso actual del recinto.
Don David y un monumento identitario
Con el Monumento 9 en México, los arqueólogos podrán iniciar nuevas investigaciones. Una de ellas, por ejemplo, podrá abocarse a revelar cuál era el nombre olmeca de Chalcatzingo, ello a partir de rasgos iconográficos de la escultura como los cuatro relieves que el animal mítico[5] representado en ella tiene en las comisuras de la boca.
Dichas tallas, abunda Mario Córdova, simulan ser ramales de bromelias, una planta parásita que crece en las laderas de los cerros Delgado y Chalcatzingo, y que además aparece en los monumentos 1, 2 y 13 de la zona arqueológica.
“Dada la recurrente presencia de bromelias en los espacios y las esculturas de la élite, inferimos que la planta fue un rasgo identitario para los habitantes originales de la ciudad, ya que además es un elemento único en la iconografía olmeca en general”, subraya el investigador.
Y si alguien merecerá un crédito en las indagaciones del porvenir, esa persona será David Grove (1935-2023) quien falleció el 24 de mayo de 2023, tan solo cinco días después de la repatriación del monumento.
“Don David, como le decían los pobladores, fue la primera persona en darse cuenta de que faltaba un monumento en Chalcatzingo”, un monumento que, apuntan Mario Córdova y Carolina Meza, adscritos al Centro INAH Morelos, “viajó a los Estados Unidos no por el sueño americano, sino más bien por el sueño de un americano”.
Hacia el final de sus días terrenales, Grove se mostró entusiasta sobre las noticias de la repatriación del Monumento 9. De modo que puede decirse que, metafóricamente, su último gran acto de amor a Chalcatzingo fue cruzar por el mismo portal al inframundo que estudió, divulgó y devolvió a su lugar de origen.
Bibliografía:
- Córdova Tello, Mario y Meza Rodríguez, Carolina, “Portal al inframundo de Chalcatzingo”, El Tlacuache, No. 1080, 2023.
- Grove, David, “Chalcatzingo, Morelos, México: A reappraisal of the olmec rock carvings”, American Antiquity, No. 33, 1968.
Entrevistas:
- Mario Córdova Tello, 20 y 25 de mayo de 2023.
- Ana Bertha Miramontes Mercado, 20 de mayo de 2023.
- Ángel Augusto Domínguez Sánchez, 25 de mayo de 2023.
- Eloy Barranco Dávila, 25 de mayo de 2023.
- Pilar Aguilar Tadeo, 25 de mayo de 2023.
[1] Se sabe que fue mostrada dos veces –en 1968 y 1992– en el Museo Munson-Williams-Proctor de Ítaca, Nueva York, y una vez –en 1972– en la exposición ‘Before Cortes’ del Museo Metropolitano de Nueva York; además de que participó en otras instalaciones de las que no se tienen datos. Ver Córdova y Meza, en ‘Portal al inframundo de Chalcatzingo’, en El Tlacuache, No. 1080.
[2] Ello no quiere decir, conforme a la experta, que no existan problemáticas en la pieza; entre estas pueden citarse algunas manchas blancuzcas aparecidas sobre la piedra, “probablemente como efecto de las sales presentes en las resinas que se usaron para rearmarla”, así como el propio soporte metálico que, en algún punto de su estancia en Estados Unidos le fue adosado en sus caras posterior e inferior para erguirla y exhibirla.
[3] Hasta ese momento la pieza también era llamada “Monstruo de la Tierra”, término tomado de sus itinerancias museales en Estados Unidos; sin embargo, Mario Córdova ha indicado que este nombre es erróneo dado que el concepto “monstruo” no aparece en la literatura chalcatzinca, como sí lo hace el de “Portal al inframundo”.
[4] De allí el topónimo de la zona arqueológica y del poblado, que significa “el pequeño Chalco” y que le fue dado por migrantes nahuas hacia el Posclásico Tardío (1200-1521 d.C.).
[5] Se trata de una criatura con rasgos felinos. Su boca simboliza el ingreso a una caverna, espacios subterráneos que en la tradición olmeca se asociaban no solo con el inframundo, sino también con el espacio húmedo, oscuro y primigenio de la existencia humana.