Por: Gustavo Abraham Díaz Trejo
Gustavo Abraham Díaz Trejo
Periodista egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Cuenta con una amplia trayectoria en la divulgación del patrimonio cultural en prensa, radio, televisión, exposiciones fotográficas y medios digitales; trabajó como reportero en el Instituto Nacional de Antropología e Historia y actualmente es cronista municipal de Chicoloapan, Estado de México.
Las historias de brujas en México han pasado por distintas circunstancias documentales, prejuicios personales y alteraciones de acuerdo a la región de nuestro país de donde emanen. En Ixtenco, comunidad ubicada al sureste del estado de Tlaxcala, la ‘bruja bola de fuego’ es asociada con la hechicería, a partir de ello, se cree que posee conocimientos sobrenaturales y adquiere, como nahual, formas animales como la de un guajolote.
El siguiente especial se basa en un artículo sobre dichos seres mágicos, escrito por el antropólogo del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Tlaxcala, Jorge Guevara Hernández, quien durante varios años ha abordado el tema y publicado sus indagaciones en libros como el titulado La Diversidad Biocultural de Tlaxcala (2024) del cual también es uno de sus cuatro coordinadores.
Allí señala que la historia de dichas entidades ha sido abordada por estudiosos como Alfredo López Austin (1936-2021), quien en su artículo ‘Los antiguos magos en Mesoamérica’ define a la bruja-maga como tlahuipuchtli, vocablo que traducido al castellano quiere decir ‘el sahumador luminoso’. Se trata, conforme a este antropólogo, de un ser cuyas apariciones son nocturnas, en los cerros o en las llanuras, a manera de esfera luminosa.
De acuerdo con López Austin, el primer registro novohispano sobre estos entes se remonta al siglo XVI, cuando el agustino fray Juan Bautista los definió como personajes dañinos que provocaban espantos y recorrían las montañas durante las noches.
El Códice Carolino, también fechado en el siglo XVI, igualmente alude a las brujas como nahuales que pueden adquirir formas de fieras, tigres o leones.
En el catolicismo, explica Guevara Hernández, las brujas se han definido como seres maléficos que acostumbran realizar ‘amarres’ y provocan enfermedades a través del uso de piedras, yerbas, maderas, animales, cantos o instrumentos musicales con los que atraen al demonio. A menudo causan la muerte de infantes, o bien, facilitan que los demonios puedan robarlos y, en su lugar, colocar a otros niños que no crecen o que tienen deformidades.
La razón principal de su aparición, agrega, es por un exceso de amor de los padres a sus hijos, las supersticiones de las madres o las seducciones del demonio. Existen narrativas orales en las que, a partir de las 19:00 horas, en cuanto empieza a oscurecer, los bebés debían ser vigilados y, como protección, se recomendaba colocar cruces en las puertas y ventanas, a fin de impedir el acceso de estos seres.

Para el caso de Tlaxcala, señala el antropólogo del INAH, hay registros de su aparición en tiempos del virreinato según las crónicas de Diego Muñoz Camargo, pero su popularidad se alcanzó en época contemporánea, entre los grupos étnicos nahuas y otomíes (yuhmu).
Aunque los relatos de sus apariciones son similares en comunidades como San Miguel Canoa, La Resurrección, San Isidro Buensuceso o Papalotla, para esta ocasión, como ya se dijo, Guevara Hernández se centró en revisar lo que sucede respecto a este fenómeno en Ixtenco.
Dentro de la localidad existen tres términos que describen algún fenómeno derivado de la hechicería: primeramente, al chamán o brujo lo conocen como yeté; a la bruja se le identifica como zine y al curandero dinyétété, conceptos diferentes a las ideas que llegaron de Europa, pues aunque sí se asocian a un mundo mágico o sobrenatural, no están vinculados con actos satánicos.
Para Jorge Guevara la ‘bruja bola de fuego’ tampoco es igual a la ‘bruja chupasangre’, toda vez que la primera se dedica a recorrer el territorio ancestral de las comunidades y no mata, solo espanta; la segunda, por otro lado, sí está asociada a cuestiones de muerte y magia, aunque ambas practican el nahualismo.
Otro factor importante a considerar es que entre los yuhmu de Ixtenco se conoce la cura ante cualquier ataque de bruja. En primera instancia, el afectado debe tomar agua porque es la contraposición del fuego, elementos propios de la concepción mesoamericana y presentes en difrasismos como el atlachinolli, que entre los antiguos nahuas aludía a la guerra.
Agua y fuego forman parte del sistema binario que comprende el mundo yuhmu, donde se asocia al líquido con la mujer y la luna fría, y a las brasas con el hombre y el mundo solar. La bruja, al ser mujer, no puede poseer calor, ya que es un atributo masculino, por lo que su fuego no quema y puede ser eliminado con agua.
Posteriormente, hay que sahumar al individuo, tomar su brazo derecho y chupar la palma de su mano mientras el curandero le llama por su nombre, esto se basa en la creencia de que, con el susto, se encogió su espíritu y hay que volverlo a reclamar, recordándole su misión de acompañar a la persona.
El acto de sahumar representa la purificación y permite entrar en contacto con los seres del otro mundo. La curación consiste en devolverle la alegría al ser ‘dañado’, pero no hay una hora específica para efectuar el rito, todo es acorde al conocimiento de la situación y voluntad del curandero.
El investigador concluye que, con tantas versiones y relatos, estos sucesos no son simples creencias, interpretaciones o subjetividades, ya que existe una idea cimentada a partir de las experiencias de cientos de personas; sin embargo, esas ideas son propias del pensamiento particular y se integran dentro de la cosmovisión en ciertas regiones de México, donde estos mitos se mantienen vivos, entre una generación y otra.

El artículo completo, así como la publicación dentro de la que se incluye, puede consultarse en este enlace.