Por: Victor Joel Santos Ramírez

Victor Joel Santos Ramírez



(A propósito del eclipse de sol del 8 de abril de 2024

en la zona arqueológicas Las Labradas, Sinaloa)

 

      Para entender el significado de los eclipses en la época prehispánica y en general, en el mundo antiguo o premoderno, es preciso señalar que, estos fenómenos formaban parte de una explicación cosmogónica, es decir, eran interpretados conforme a principios y leyes de orden cosmológico, no solo por su aspecto astronómico (como la observación simple de un fenómeno), ya que los eclipses representaban la manifestación de una teofanía, una señal o revelación que se interpretaba como lo terminación de un ciclo e inicio de uno nuevo. En este sentido, los eclipses tenían correspondencia con los ciclos planetarios, con el movimiento y la relación que guardan los astros con respecto a nuestro planeta, como son el Sol, la Luna, Venus y Marte, por ejemplo, como también con las constelaciones.  

 

      La apreciación de los ciclos planetarios en la antigüedad era muy diferente a la forma en como los entendemos hoy en día, principalmente en cuanto a su repetición, ya que estos no eran entendidos solamente como encuentros y alineaciones accidentales, sino como la repetición de actos cosmogónicos. Por ejemplo, el último día del ciclo anual y el inicio de uno nuevo, —para las culturas que estamos tratando—, no solamente significaba la terminación del ciclo agrícola o vegetativo, sino la repetición del acto cosmogónico de creación, el mundo era destruido y renovado ritualmente, los fuegos que iluminaban los templos, el interior de las casas eran apagados y encendidos a partir de una nueva hoguera simbolizando el paso de la oscuridad a la luz, se realizaban sacrificios cruentos e incruentos, el tiempo quedaba abolido, entonces, la realidad coincidía con el tiempo mítico, en el cual, los dioses, monstruos, demonios o determinados animales mitológicos destruían y creaban al mundo; se llevaba a cabo el acto cosmogónico en el que el mundo era renovado, tal acontecimiento, se encontraba al inicio de la mayoría de narraciones mitológicas sobre la creación del mundo (también sobre su destrucción) y no por casualidad, coincidía con los ciclos lunares, solares (solsticios y equinoccios), venusinos y por supuesto, con los eclipses (figura 1). 

 

Figura 1. Eclipse total de sol en la zona arqueológica Las Labradas Sinaloa, 8 de abril de 2024. Foto Gibrán Huerta, INAH.

 

 
      Los eclipses de sol son los fenómenos astronómicos más espectaculares de la naturaleza y aunque son comunes, desde tiempos remotos han estremecido a todas las culturas del mundo, simplemente, por el temor a que el sol ya no vuelva a aparecer, de hecho, el término “eclipse” del griego “έκλειψις, ekleipsis” quiere decir “desaparición”. El hecho de que los astrónomos conozcan con precisión los movimientos del Sol, la Tierra y la Luna, ha permitido que éstos puedan predecirse y de forma inversa, saber el día y lugar en que ocurrieron en el pasado. 

 
      El registro más antiguo  de un eclipse solar proviene de una tablilla encontrada en las excavaciones de Ugarit
1, ocurrido en el año 1375 a. C. Así también, una de las predicciones más antiguas de un eclipse, fue realizada por Tales de Mileto, quien predijo el eclipse del mes de mayo del año 585 a. C., el cual, de acuerdo con Herodoto, pondría fin a la batalla entre Medos y lidios a orillas del río Halis2 (actual Turquía). Al igual que los caldeos, asirios, chinos y griegos, los mayas y nahuas también estudiaron a los eclipses, de igual forma lograron predecirlos, los incorporaron a su mitología, a sus calendarios rituales y adivinatorios. 

Figura 2. Glifo de un eclipse en el códice Dresde (ca. 1200-1250 d. C.), lámina 56, (dibujo: Perla G. Castañeda), INAH. 

      En los códices mayas los eclipses eran representados por una figura similar a dos alas de mariposa (figura 2), una negra y otra blanca, unidas en la parte superior con una banda que simboliza al cielo (banda celeste) y con el signo de kin (el sol) al centro, una flor de cuatro pétalos (cuadripétala), la cual, en otras representaciones es reemplazada por el mismo dios del sol, Kinich Ahau: el rostro de un anciano con barba y bigote3, una gran pupila y con los incisivos afilados en forma de “T” (figura 3), en algunos casos, aparecen dos fémures cruzados diagonalmente al centro de la imagen simbolizando la muerte, en otras representaciones, por debajo de las alas de mariposa, aparecen las fauces de una serpiente o monstruo de la tierra emergiendo del inframundo. Los mayas lograron computar a través de tablas descifradas en el códice Dresde el movimiento de la Luna, lo cual, les permitió predecir con gran exactitud la regularidad de los eclipses. En lengua maya, eclipse total de sol es: tupa'an u wich k'in; tupa'an (Fuego o candela muerta o apagada), mientras que el eclipse lunar: Tupul u wich u’ (Apagarse, borrarse, cegarse)4

 

Figura 3. El dios sol en los glifos de eclipses, códice Dresde, láminas 55a y 56a. Tomado de Bruce Love, 2017.

      En cuanto a los nahuas y mixtecos, de acuerdo con códices prehispánicos como el Borgia y otros realizados poco tiempo después de la conquista, como el Telleriano Remensis, los eclipses eran representados por un disco solar (círculos concéntricos y rayos, bordeado por una aureola) dividido diametralmente, de tal forma que, una mitad representaba al sol con sus rayos, colores rojo y amarillo y la otra mitad a la noche, de color oscuro, con los ojos nocturnos representando a las estrellas y al cielo (figura 4). Los nahuas llamaban a los eclipses de sol: tonatiuh qualo que quiere decir “el Sol es comido” y a los eclipses de luna: miztli qualo “la luna es comida”.

Figura 4. Representación de un eclipse en el códice Borbónico, lámina 9 (dibujo: Perla G. Castañeda), INAH.

 

      Los eclipses, principalmente de sol, eran considerados por la mayoría de culturas antiguas un acontecimiento dramático, pues eran signo de mal augurio y el anuncio de eventos funestos; eran representados por un monstruo devorando al sol; en Egipto era Apofis (Apep), la serpiente cósmica que deambula en el mundo subterráneo5 tragando la barca del dios Ra (el sol), en la India es Rahu, el demonio que con su gran boca se come al sol y la luna provocando los eclipses (figura 5), en China es un dragón, en algunas partes de Norteamérica, un coyote, en México, centro y Suramérica, el jaguar, el animal nocturno símbolo de las tinieblas, devora al sol. Según los bakairi del Brasil, las fases de la luna se deben a que un ser sobrenatural, de apariencia animal, muerde y termina por engullir el cuerpo del astro6.

       En la mitología nórdica los eclipses de sol anuncian el ragnarók, (el ocaso de los dioses o batalla del fin del mundo), en el que el sol se vuelve negro, las estrellas desaparecen, la tierra se sumerge de nuevo en el mar, el universo perece en humo y fuego7. Así también, en varios versículos bíblicos de la tradición judeo-cristiana, la destrucción del mundo o apocalípsis, ocurrirá a la par de eventos cósmicos8 como el oscurecimiento del sol y enrojecimiento de la luna9. Los evangelios10, el códice Alejandrino (siglo V) y otros testimonios, como los recopilados por Santiago de la Voragine (1230-1298), aseguran que el día de la crucifixión de Cristo, además de un fuerte terremoto, ocurrió un eclipse que duró tres horas: el sol se obscureció por completo y la tierra quedó repentinamente sumida en tan profundas tinieblas que, a pesar de estar en pleno día, aunque más bien parecía estarse en plena noche, podía verse cómo en el firmamento brillaban las estrellas11". La redención de Jesús es también un acto cosmogónico.

 

Figura 5. Rahu Rahukaalam Ketu, Raju y su cola Ketu atacan al Sol. Pintura, autor King muh (2015).

 

      Según la tradición islámica, a la muerte de Ibrahim (27 de enero de 632), hijo del profeta Muhammad (Mahoma), poco rato después de su entierro, se produjo un eclipse de sol y cuando algunos lo atribuyeron a la aflicción del Profeta, éste dijo: El sol y la luna son dos señales de Dios. Su luz no se debilita por la muerte de ningún hombre. Si los veis eclipsados, debéis pedir hasta que recuperen su claridad.12 Lo que había sido  interpretado como una señal del luto de Alá por la muerte del hijo del profeta, lo cual, eventualmente podrías ser considerado un mal presagio, el mismo profeta lo disipó al aclarar que el sol no se debilita durante los eclipses por la muerte de las personas, pero debido a que son señales divinas, sus seguidores tenían que realizar oraciones para pedir el retorno de su luminosidad. Desde entonces, en el islamismo se sigue este precepto cuando ocurren estos eventos astronómicos. 

      Regresando a las culturas prehispánicas, en la historia de los mexicas, el año 2 Caña (1507) fue sumamente significativo (figura 6), ya que tuvo lugar un terremoto, un eclipse de sol y una desgracia, ya que se ahogaron cerca de dos mis guerreros al cruzar el río Tozac (cerca de Izúcar)13, pero sobre todo, porque ese año se realizó una atadura de 52 años (Xiuhmolpilli), periodo en el que coincidieron el calendario solar-anual (Xiuhpohualli) y el calendario ritual (Tonalpohualli), marcando el final de un ciclo cósmico y el inicio de uno nuevo. 

 

 

Figura 6. El eclipse del año 1507, códice Telleriano Remensis, 42 r.


Para los mexicas y nahuas en general, el mundo se acabaría al cumplirse la atadura de 52 años, pero si esto no sucedía, iniciaba un nuevo periodo con la misma duración de años, para tal efecto, los sacerdotes acudían a la media noche al cerro del Huizache (Uixachtecatl), el actual Cerro de la Estrella, cerca de Iztapalapa, para observar el paso cenital de las Pléyades, lo cual acontecía en el mes de noviembre (alrededor del día 20 de este mes); si esta constelación de estrellas superaba el momento crítico de su paso por el cenit y continuaba su camino celeste, ello significaba que la vida continuaría, ya que el mundo había sido renovado, de no ser así, de interrumpirse el ciclo cenital de las Pléyades, el mundo sería destruido, el mundo se cubriría de oscuridad y descenderían del cielo nocturno las
tzitzimime (figura 7), demonios descarnados con forma de mujer, “figuras feísimas y terribles y que comerían a los hombres y mujeres, por lo cual todos se subían a las azoteas, y allí se juntaban todos los que eran de cada casa, y ninguno osaba estar abajo14”, las tzitzimime al final de los tiempos destruirán a la humanidad. Mientras tanto, el fuego que antes iluminaba los templos y las casas de todos los poblados, incluyendo a Tenochtitlan, había sido extinguido. 

 

Figura 7. Tzitzimitl (singular), Tztizimime (plural) en el códice Tudela, siglo XVI, (dibujo: Perla G. Castañeda), INAH.

 

      El cumplimiento de esta acto cosmogónico era celebrado con el encendido del fuego nuevo y con un sacrificio humano, en una gran ceremonia, en una explanada en lo alto del templo, poco tiempo después, el fuego era sacado y mostrado ante centenares de personas que esperaban este acontecimiento “y los que estaban allí a la mira, levantaban luego un ahullido que le ponían en el cielo de alegría y que denotaba que el mundo no se había de acabar, y que tenían otros cincuenta y dos años por ciertos.15” El fuego nuevo era llevado a los templos, donde los pebeteros nuevamente eran encendidos, era entonces el momento en que eran destruidas las estatuas y las alhajas en las casas (vestidos, petates y demás pertenencias), simbólicamente todo era renovado. 

     

      El acto cosmogónico de creación también se repetía anualmente, en la fiesta de Panquetzaliztli, en la celebración del nacimiento del dios tutelar Huitzilopochtli (el sol), coincidiendo con el ciclo cenital de las Pléyades y el cinturón de Orión, previo al solsticio de invierno. De igual forma, este acto cosmogónico se repetía durante los eclipses de sol, pues “Si al eclipsar el Sol nunca más éste alumbrara, las tinieblas serán perpetuas, descenderan los demonios y vendrán a comernos16”. Nuevamente, de acuerdo con este relato recogido por Sahagún, el drama del fin del mundo se actualizaba con los eclipses, el temor a que desapareciera el sol mientras la luna lo ocultaba, era un sentimiento inminente y verificable a simple vista, la realidad coincidía con el tiempo mítico, la oscuridad anunciaba a las tinieblas perpetuas, el fin del mundo, por consiguiente, descenderán los demonios (tzitzimime) y vendrán a comernos17

 
      Mientras ocurría el eclipse, en los templos se realizaban sacrificios humanos, cantaban y tañían los tambores, la reacción de la población era temerosa, alarmante y de enorme desesperación, en todas partes se daban grandes gritos y alaridos; cuando había un eclipse de sol aparecían los tzitzimime, las constelaciones, la gente se consternaba, creían que el dios nocturno, el jaguar, quería engullir al sol, entonces sacrificaban para el sol afligido a hombres pálidos, albinos, los zapotecas sacrificaban a jorobados18. En la región del Zuaque (río Fuerte), en el norte de Sinaloa, al tiempo de un eclipse de luna, los indios salían con sus arcos y flechas, otros con palos a la plaza, en defensa, como ellos decían, “de la luna, que tenían por viviente y que cuando eclipsaba, moría en la pelea con otro contrario que allá en el Cielo 19

 

      A los eclipses se les atribuían acontecimientos históricos relevantes, como la muerte del tlatoani Axayácatl precedidad por un eclipse de sol ocurrido el 7 de junio de 1481; en el año 4 pedernal (1496) al mismo tiempo que los mexicas sometieron un sitio conocido como “Monte de la codorníz” (Sosola, un pueblo de la Mixteca Alta), los guerreros vencidos fueron sacrificados, hubo un eclipse de sol y el cielo estaba tan oscuro que se vieron las estrellas20 (figura 8).


 

Figura 8. Eclipse del año 4 pedernal (1496), códice Telleriano Remensis, siglo XVI, (dibujo: Perla G. Castañeda), INAH.

     

Según el códice Telleriano Remensis, poco antes de que ascendiera al trono Moctezuma, hubo grandes temblores de tierra y un espantoso eclipse de sol. De acuerdo con Tezozomoc, “los viejos mexicanos dijeron al rey Moctezuma que como viejos guardadores de los repertorios y acabamientos de años que llamaban Toxin molpilli que es de sesenta y dos años y que tan solamente faltaban cuatro días para oscurecerse el sol21.” Es decir, los viejos sabios, quienes resguardaban los conocimientos astrológicos, predijeron un eclipse de sol y cuatro días antes de que este ocurriera, avisaron a Moctezuma para “hacer lumbre nueva”, “de noche encima del cerro de Huixachtecatl, que es el cerro de Iztapalapan y Culhuacan22”, el tlatoani asintió y ordenó los preparativos, avisar a los pueblos y traer a los cautivos que serían sacrificados; ya en el cerro Huixachtecatl, llegados los sacerdotes a media noche “comenzaron luego a tocar las cornetas desde encima del cerro de Iztapalapan, y hecha la lumbre nueva sacada de los maderos, comenzaron a sahumar con el copal al propio fuego encendido que era grande.23” Enseguida, los comarcanos comenzaron a subir por el fuego nuevo y al salir el lucero de la mañana (venus), cesaron todos de ir por más lumbre y también concluyó el sacrificio de cautivos24.  

 

      Como hemos visto en los ejemplos precedentes, los eclipses, particularmente de sol, para las culturas prehispánicas como para el mundo premoderno, significaban el acto cosmogónico de destrucción y creación del mundo, marcada por la desaparición del astro solar y su reaparición como luz regeneradora de un nuevo ciclo, los eclipses simbolizaban una hierogamia, en la que el sol es atraído por la luna y entonces se hace uno y se muerden25, la realidad dejaba de existir, se actualizaba el mito cósmico, la sombra de la luna era el monstruo devorando al sol, se gestaba una batalla entre divinidades opuestas, la aparición de estrellas y constelaciones (en el momento de la totalidad del eclipse), eran los demonios que descendían a la tierra aprovechando la oscuridad y quienes al final de los tiempos, cuando la noche conquiste al día, destruirán al mundo. 


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[1] López, 1991, p. 48.

[2] Ibid., p. 49.

[3] Escalante, 1991, p. 53.

[4] Nájera, 1995, p. 322.

[5] Castel, 1999, p. 357.

[6] Puech, 1981, p. 224.

[7] Widengren, 1976, p.430.

[8] Eliade, 1999, p. 124.

[9] Apocalipsis 6:12.

[10] Mateo 27:45 y Marcos 15:33

[11] De la Voragine, 1997, p. 658.

[12] Lings, 2018, p. 240.

[13] Telleriano Remensis, 42 r

[14] Sahagún, 1981, p. 70.

[15] Sahagún, 1829, p. 347.

[16]Sahagún, 1981, p. 226.

[17] Ibid., p. 70

[18] Beyer, 1910, p. 232.

[19] Pérez de Ribas,1992, p. 202.

[20] Anders y Jansen, 1996,340.

[21] Tezozomoc, 1878, p. 637.

[22]Ibid.

[23] Ibid.

[24] Ibid., p. 638.

[25] Libro del Chilam Balam de Chumayel, 1941, p. 33

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