Figura 1. Eduard Seler en su casa de Berlín, fuente: FAMSI-Instituto Iberoamericano.
Figura 1. Eduard Seler en su casa de Berlín, fuente: FAMSI-Instituto Iberoamericano.

Por: Víctor Joel Santos Ramírez

Víctor Joel Santos Ramírez

 

Eduard Seler falleció en la ciudad de Berlín el 23 de noviembre de 1922. Una ceremonia fúnebre, sencilla de acuerdo con sus deseos y los de su esposa, dio término a la carrera fecunda y sustancial de aquel hombre único. En su despedida, frente a su ataúd, hablaron el historiador Dietrich Schäfer por la Universidad de Berlín, el profesor Penck por la Academia Prusiana de Ciencias y por el Museo de Etnología y sus discípulos, el Dr. Walter Lehmann; sus cenizas fueron depositadas en una urna, copia de una prehispánica mexica que la viuda encargó a un escultor berlinés, sus restos fueron inhumados en el mausoleo familiar de Steglitz, donde tiempo después también se depositarían los restos mortales de su compañera de vida, su esposa Caecilie Seler-Sachs[1]. La noticia causó conmoción en México, el medio científico ponderó la gloria del difunto sabio berlinés con grandes encabezados en los diarios ¡había muerto el fundador de los estudios precolombinos mexicanos y americanos en Alemania! El Museo Nacional (antecesor del MNA), cerró sus puertas durante tres días, nadie, desde entonces, ha tenido un homenaje póstumo con estos honores[2]. Cien años después, ningún medio académico mexicano conmemoró esta fecha.

Los aportes de Eduard Seler (figura 1) a los estudios mesoamericanos han sido reconocidos durante décadas, su influencia en las ciencias antropológicas fueron destacadas por personajes como Alfonso Caso (1949), Jiménez Moreno (1949), Martínez del Río (1949), Linga (1949), Nicholson (1973), Ignacio Bernal (1979), Sepúlveda y Herrera (1992), Felipe Solis (2003), Yolotl González (2003), entre otros. Una última valoración histórica de su obra y la de su esposa Caecilie, se realizó en un coloquio internacional celebrado en la ciudad de México en el año de 1999 con motivo de los 150 años de su nacimiento. Es considerado el sucesor de Alexander y Wilhelm Humboldt [3] y en este sentido, tanto Seler como Konrad Preuss, fueron quienes cerraron el círculo de americanistas alemanes que ambos hermanos iniciaron.

Lo cierto, sin embargo, es que al día de hoy, Eduard Seler, es un personaje poco conocido en nuestro país, situado básicamente en un periodo fundacional de la arqueología mexicana, como precursor de esta disciplina, fue el primer director de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana (EIAEA), iniciador del estudio sistemático de los códices mesoamericanos; sobre la historia de su vida y las estancias que realizó en México existe una amplia literatura, pero no así sobre su basta obra, dispersa en bibliotecas y archivos en Alemania, aún no compilada en su totalidad y la mayoría sin traducción al español[4]. Una parte de su biblioteca se perdió cuando su casa fue parcialmente destruida durante un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial.

La totalidad de sus artículos fueron publicados en los cinco volúmenes de sus “Tratados recopilados sobre las lenguas indígenas y la historia antigua de las Americas[5]”. Sin embargo, los trabajos que fueron más importantes para él, las traducciones del Popol Vuh[6] y el códice Florentino de Fray Bernardino de Sahagún[7], no fueron publicados sino tiempo después; Seler era consciente de la enorme importancia del libro de Sahagún e intentó en vano financiar una edición y traducción, el aislamiento científico que vivió Alemania durante la Primera Guerra Mundial se lo impidió[8]. La única edición en español de los “Tratados” de Seler es un compendio original aún sin publicar[9], fue traducido por Eulalia Guzmán y se encuentra en la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH).

Precisamente, el desconocimiento de su obra en nuestro idioma, sumado a rupturas y cambios de enfoque en la investigación arqueológica, el gradual abandono y desinterés por el estudio de los códices, en general de la fuentes documentales por parte de los arqueólogos mexicanos, quienes optaron por el materialismo histórico y las corrientes norteamericanas, además del marxismo, a partir de los años sesenta del siglo XX, misma época en la que apareció el trabajo sobresaliente de Karl Anton Nowotny “Tlacuilolli” (1961), el cual cambiaría el curso de la investigación de los documentos pictográficos mesoamericanos superando las interpretaciones alcanzadas por el mismo Seler[10], éstos y otros factores[11], redujeron las contribuciones del americanista berlinés a campos muy especializados de la epigrafía, codicología, lingüística y filología, pero no en la arqueología.

Georg Eduard Seler nació el 5 de diciembre de 1849 en el entonces prusiano Crossen an der Oder (actual Krosno Odrzańskie, Polonia), fue el tercer hijo de cuatro de una familia modesta de maestros, el joven Eduard era de complexión delicada pero dotado de una memoria extraordinaria, en la escuela fue siempre el primero en su clase, ello le valió una beca en el renombrado Colegio de Humanidades Joachimsthal de Berlín, posteriormente, fue aceptado en la Universidad de Berlín; como no podía sufragar los gastos de sus estudios tuvo que sufrir muchas privaciones, su salud comenzó a resentirse y se vio obligado a aceptar el puesto de preceptor en la casa del general von Winterfeld, ayudante personal del príncipe Alejandro de Prusia; en 1875 se recibió como profesor de enseñanza superior en ciencias naturales, pero por motivos de salud, sólo pudo ejercer algunos años, en 1879 le atacó un grave padecimiento gástrico, tuvo que separarse del servicio escolar, regresó a Crossen con su madre, tiempo después, por recomendación de su médico, se fue a vivir con su hermana Teresa en Trieste, una ciudad con clima cálido que le favorecería en su recuperación, aquí continuó sus estudios sobre lenguas y lingüística indoeuropea[12].

El liceo de la Alemania de entonces se encontraba fuertemente orientado hacia la filología clásica, lo cual le proporcionó a Seler bases muy sólidas para incursionar en otros campos de investigación; participó en la traducción y edición de una obra de Marquis de Nadaillac sobre la prehistoria de América publicada en francés en 1883[13], fue entonces que enfocó su mirada hacia México, con particular interés en la lengua maya y en el náhuatl. En 1885 contrajo matrimonio con Caecilie Sachs (figura 2), quien procedía de una familia acomodada y debido a la deasahogada posición de su esposa, pudo vivir como investigador independiente sin preocupaciones materiales, se ofreció como colaborador de la Sección Americana del Museo Real de Etnología de Berlín (hoy Museo Etnológico), fue primero asistente científico no asalariado, después fue nombrado subdirector (1892) y finalmente jefe de departamento de América (1904); su primer estudio sobre códices mesoamericanos fue: “Códices mayas y dioses mayas” (1886), un año más tarde apareció su artículo “El Códice Borgia y los códices pictográficos aztecas emparentados” (1887). En este estudio, Seler identificó un pequeño grupo de códices relacionados regional y temporalmente, a los cuales nombró como “grupo Borgia”, denominación que todavía prevalece.

 

Figura 2. Eduard Seler y Caecilie Seler-Sachs. Fuente: Richard Andree (Hg.): Globus – Illustrierte Zeitschrift für Länder- und Völkerkunde, Band 72. Verlag von Friedrich Vieweg und Sohn, 1897).

 

En 1888, con motivo del VII Congreso Internacional de Americanistas en Berlín, presentó su investigación sobre el Tonalamatl de Aubin, su estudio atrajo la atención del mecenas de la ciencia americanista, Joseph Florimond Duc de Loubat (1831-1927). El duque de Loubat, como mejor fue conocido, apoyaría económicamente a partir de entonces los trabajos de Seler, hizo posible la publicación facsimilar de códices mexicanos, en particular, los comentarios que Seler realizó a estos documentos[14]; financió además, las primeras expediciones científicas de Seler a México[15], pero fascinado por el poderoso genio del americanista berlinés, también aportó los fondos necesarios para fundar una cátedra de lingüística, etnología y arqueología americanas en la Universidad de Berlín (1899). El papel de Loubat fue clave no sólo en lo económico, ya que logró que el senado de la Universidad de Berlín, de pensamiento etnocentrista, abriera una cátedra a la que éstos se oponían pues consideraban que no correspondía a los intereses de su universidad. Loubat influyó a favor de Seler en las decisiones que tomaron el ministro de educación y el emperador alemán y rey de Prusia, Guillermo II, quien finalmente autorizó el financiamiento de la “cátedra Loubat[16]”.

En los años siguientes escribió varios artículos más sobre los códices mayas, pero posteriormente se enfocó en los manuscritos pictográficos del centro de México, publicando entre 1900 y 1906 comentarios voluminosos sobre los códices: Tonalamatl-Aubin, Fejérváry-Mayer, Vaticano B y Borgia. El descubrimiento del ciclo de Venus en el códice Dresde por Ernst Förstemann, lo llevó a proponer secuencias semejantes para el centro de México a través de los códices Borgia, Cospi y Vaticano B[17]. En 1887 presentó su trabajo: “El sistema de conjugación de los idiomas mayas”, el cual le valió el título de doctor por la Universidad de Leipzig, en este mismo año, ya cumplidos los 38 años, realizaría junto con su esposa (figura 3), su primero de seis viajes a México.

 

Figura 3. Caecilie Seler-Sachs con objetos de su colección etnográfica de Sudamérica. Fuente: Die Woche 15, no. 23 (June 7, 1919): 967.

 

En 1887, el año del primer viaje de los Seler a México, fue inaugurado por el presidente Porfirio Díaz, el Salón de Monolitos del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología de México[18], ubicado en la calle de Moneda. A la creación de esta galería, la primera de su tipo en México, se le sumaron la formación de la Inspección General de Monumentos Arqueológicos de la República Mexicana y el Departamento de Etnografía; las condiciones eran inmejorables para recibir a los mejores hombres de ciencia que pudieran contribuir con sus conocimientos al estudio del pasado mexicano. A finales de año, “después de haber pasado algunas semanas en la capital ocupados con el estudio de las antigüedades que el Museo contiene en gran riqueza, de diferentes colecciones privadas y de los tesoros de la Biblioteca Nacional, estuvimos pensando hacia dónde dirigirnos al interior del país. Entonces supimos que el gobierno estaba a punto de mandar una expedición a Xochicalco, a fin de investigar más a fondo esta famosa ruina[19]”., Antonio Peñafiel y Barranca, médico, científico y funcionario en el Porfiriato, a cargo de esta expedición, invitó a los Seler a sumarse a las exploraciones en Xochicalco (1887), así fue como realizaron su primera incursión arqueológica en México (figura 4).

 

Figura 4. Eduar Seler con el petrograbado de un lagarto, en San Antón, Morelos (cerca de Cuernavaca), 1909. Tomado de Hanffstengel, 2003:295.

 

Los Seler recorrieron el país visitando regiones aún no exploradas, como la Huasteca y la Mixteca, con particular atención en los centros ceremoniales prehispánicos distinguidos por los grandes monumentos en ruinas, sus actividades se enfocaron en llevar cabo registros del país que estaban descubriendo y que describieron a través de sus viajes; mientras Caecilie tomaba fotografías, identificaba plantas, seleccionaba muestras para su colección botánica, redactaba sus cartas describiendo la geografía del lugar, los poblados, las costumbres y se encargaba de adquirir piezas arqueológicas entre los coleccionistas, Eduard, por su parte, llevaba a cabo anotaciones, realizaba dibujos, calcos de detalles arquitectónicos y de la pintura mural que aún se conservaba en algunos monumentos (figura 5). En Mitla “pasé once días copiando lo que aún era visible de las pinturas, para salvar lo que podía ser salvado a través de un dibujo. Los originales ya no van a resistir mucho tiempo el embate del tiempo y las consecuencias del abandono[20]”. Figuras 5-8.

 

Figura 5. Eduard Seler en Kabah (1903). Tomado de Hanffstengel, 2003:320.

 

Figura 6. Las ruinas de Mitla, Oaxaca. Foto de Caecilie Seler-Sach

 

Figura 7. Dibujo de un fragmento de la pintura mural de Mitla (Seler 1904).

 

Figura 8. Dibujo de la fachada de la tumba A de Xoxocotlán, Oaxaca, por Eduard Seler (1888). Fuente: FAMSI-Instituto Iberoamericano.

 

Seler tuvo conocimiento del trabajo de Carl Lumholtz en el noroeste de México a través de la monografía publicada por este explorador noruego[21], a la cual dedicó un extenso ensayo que título "Los indios huicholes del estado de Jalisco en México (1901), en este trabajo, hizo notar la existencia de ciertos paralelos entre las creencias de los huicholes contemporáneos y las de los mexicas del tiempo del contacto, las homologías que se observan en la reverencia del fuego celeste/sol como deidad suprema, así como algunas correspondencias en las prácticas religiosas[22], sobre todo, se dio cuenta de que los cantos y rezos ceremoniales de los wixaricari se encontraban intactos en su lengua original, convenció a Boas para realizar una expedición en conjunto con el auspicio de los museos de Berlín y de Nueva York, la “expedición Huichol”, pero Boas tuvo que declinar, ya que poco antes de iniciar el proyecto renunció a la curaduría del Museo; Seler envió a cargo de esta expedición a Konrad Theodor Preuss, quien había sido su ayudante en el Museo de Berlín[23], Preuss fue el continuador de los estudios de Lumholz y el más destacado e innovador alumno de Seler, pero también el más desconocido[24].

En 1906 los Seler se dirigieron al norte de México con el propósito de asistir al Congreso Internacional de Geólogos, celebrado en la ciudad de Montreal, Canadá, hicieron escala en Zacatecas para visitar La Quemada, de su estancia en este lugar publicó un trabajo ilustrado con fotografías tomadas por Caecilie[25] (figura 9); su interés por el occidente del país quedó reflejado en los ensayos que escribió sobre el lienzo de Jucutacato y La Relación de Michoacán. A su regreso a la ciudad de México, Genaro García, director del Museo Nacional, le pidió a Seler realizar el inventario de las colecciones arqueológicas (1907), encargo por el que cobró un pago cuantioso de dinero y que realizó en tan solo cuatro meses[26], pero de manera inconclusa, ya que abandonó este trabajo para asistir a un congreso en Berlín; el inventario fue continuado por Batres, quien al igual que Seler, fue asistido en estos trabajos por la Srita. Isabel Ramírez Castañeda, primera arqueóloga mexicana. No obstante el malestar causado por lo súbito de su partida de México, Seler fue nombrado, a propuesta de Genaro García, Zelia Nuttall y Alfred P. Maudslay, profesor honorario del Museo.

 

Figura 9. La Quemada Zacatecas, foto de Caecilie Seler-Sachs.

 

 

La creación de una escuela internacional, con una proyección continental que unificaran a la etnología, arqueología y lingüística, fue concebida por Frans Boas, profesor de la Universidad de Columbia, durante su visita a México en 1910[27], fue secundada por Ezequiel Chávez, subsecretario de Educación y por su amigo Eduard Seler, profesor de la Universidad de Berlín[28]. En efecto, a finales de 1905, Boas comentó su proyecto a Seler, quien se mostró interesado: “En principio la idea que usted expone me simpatiza desde luego mucho. Lo que pueda hacer para realizarla, lo haré con gusto. Sin embargo, preveo dificultades prácticas y no veo muy claro si puedan resolverse[29]”. Seler se refería al financiamiento y a la dificultades que tendrían en conseguir profesores para la escuela.

En la mayor discresión y con cautela para evitar malentendidos con el gobierno mexicano, Boas y Seler llevaron a cabo durante cuatro años un trabajo diplomático, político y académico, el cual no estuvo excento de situaciones delicadas y críticas, finalmente consiguieron financiamientos de los gobiernos de Prusia, Francia, EEUU y por supuesto de México, acordaron con el gobierno mexicano que la creación de la escuela se diera a conocer en el marco del XVII Congreso Internacional de Americanistas, cuya segunda sesión se celebró en nuestro país en septiembre de 1910[30], con motivo del centenario de la Independencia de México (figura 10). Seler fue el presidente de este congreso y Boas el vicepresidente; como parte de los festejos de conmemoración del centenario, Seler, en representación de la Universidad de Berlín, pronunció el discurso en el que fue develada la estatua de Humboldt, obsequio de Guillermo II al pueblo mexicano[31].

 

Figura 10. Seler, Sierra, Batres, Maler y otra persona sin identificar, en Xochicalco, Morelos. XVII Congreso Internacional de Americanistas (1910). Fuente: INAH.

 

La EIAEA no pudo ser inaugurada en septiembre de este año como se tenía planeado, por cuestiones burocráticas posiblemente derivadas de la situación que vivía el país al inicio del movimiento revolucionario, oficialmente, abrió sus puertas en enero de 1911, pero en los hechos ya estaba funcionando meses atrás. Boas le propuso a Seler asumir la dirección de la escuela para facilitar el tránsito del primer año, ya que su presencia era muy bien vista, era una persona muy respetada, además tenía buenas relaciones con todos los actores que en ese momento se encontraban en pugna (ma petite guerre, diría Seler); era indispensable sobre todo, tener una excelente relación con Leopoldo Batres, pues éste ya había mostrado su autoridad como inspector de monumentos al no permitir que la escuela pudiera realizar excavaciones sin el permiso del gobierno[32].

Seler por su parte, había propuesto a su alumno Walter Lehman para asumir la dirección, pero éste tuvo una oferta de trabajo en Alemania que no pudo rechazar. Lo siguiente, era diseñar el programa de estudios, Seler quería dedicar la escuela casi por completo a la arqueología y al trabajo de campo, Boas no estuvo de acuerdo, insistió en que ésta tenía que ser de antropología integral, le hizo ver a Seler que de esta manera podían tener contento a Batres, pues éste se sentiría menos amenazado y aunque lo manejaron así, en el discurso inaugural Seler no quitó el dedo del renglón: lo que hace falta es el trabajo de campo, pues es a través de éste como se pueden conocer los documentos, es decir, los monumentos que yacen bajo tierra, testigos fidedignos de las antiguas culturas, pues “no hay ningún Sahagún para Michoacán y el Noroeste, ni para los otomíes, vecinos inmediatos de los mexicanos en la región central, ni para la costa del Golfo, ni para las grandes y ricas provincias de los zapotecas y mixtecos. Y lo mismo es verdad para la región del Istmo y para los diferentes reinos de la familia maya[33]”.

Seler diseñó un programa de estudios que incluían a la etnología, lingüística y arqueología, temas que él dominaba, enfocados a las culturas mexicanas y en este sentido, fue el primero en visualizar la unidad cultural de lo que después se llamó Mesoamérica[34]; impartió la materia “Arqueología práctica” (lo que hoy se llamaría prospección y excavación arqueológicas), a las clases asistián los becarios de la escuela y los estudiantes de arqueología del Museo; los días libres fueron aprovechados para visitar diversos sitios arqueológicos y los domingos, con su pequeño grupo de alumnos y acompañado de Frans Boas, visitaron Tepoztlan y Amecameca (figura 11), estas actividades se llevaron a cabo en diciembre de 1910[35]. Seler tuvo la intención de llevar a cabo exploraciones en Valle de Placeres de Oro, Guerrero, porque pensaba que este lugar era propicio para establecer una secuencia estratigráfica, definir una cronología y compararla con el valle de México, no lo logró, pero en su lugar emprendió una incursión hacia el sur, hacia Palenque, “la primera práctica de campo de la escuela”, de paso visitaron las ruinas de Cempoala, Verácruz (figura 12) y la Isla de Sacrificios, para luego adentrarse a la península de Yucatán donde visitaron alrededor de 10 sitios.

 

Figura 11. Ruinas de El Tepozteco, Tepoztlán, Morelos, foto de Caecilie Seler-Sachs

 

Figura 12. Ruinas de Cempoala, Veracruz (1911). Tomado de Hanffstengel, 2003:313.

 

El presidente Porfirio Díaz les extendió a los Seler cartas de recomendación y les ofreció todas las facilidades para sus viajes y exploraciones, excepto, el permiso para realizar excavaciones[36], pero ello no evitó que realizaran exploraciones en Xochicalco (1887), Lotte Hoepfner, sobrina de los Seler y quien los acompañó en este periodo, revelaría tiempo después, en la semblanza postuma que escribió sobre su tío, que también hicieron excavaciones en Mitla (1906) y siendo director de la EIAEA, lo haría nuevamente en Palenque (1911), pero esta vez, su desobediencia terminó en una confrontación directa nada más y nada menos, que con Leopoldo Batres.

En compañía de su esposa Caecilie, sus alumnos Isabel Ramírez Castañeda, Porfirio Aguirre y Sendero y Werner Von Hörschelmann, más tarde se uniría Benito LaCroix, subinspector de Monumentos Arqueológicos de Chiapas; arribaron a Palenque en febrero de 1911 (figura 13), donde realizaron durante 18 días un arduo registro de las ruinas, “estudiamos la construcción y los planos de los distintos edificios, los medimos, los fotografiamos y los dibujamos. Dedicamos nuestra atención también a los detalles más pequeños[37]”. Incluyendo la exploración y hallazgo de pintura mural, “ relieves éstos que nunca nadie ha visto ni dibujado, ya que se encuentran en un lugar muy oscuro y muy húmedo[38].”, así como diferentes capas superpuestas de estuco localizadas en la sala que antecede a la primera de las tres entradas del subterráneo que llamó la atención de Stephens. “Vimos que existen por lo menos tres diferentes y superpuestas capas de pinturas, una más antigua que muestra imágenes ornamentales aisladas y coloreados, y otra, la más reciente, en la que se ven exclusivamente jerogíficos al estilo de los manuscritos de Dresden[39]”.

 

Figura 13. Eduard Seler y sus alumnos en Palenque (1911). Fuente: Rutsch 2007:277-Instituto Iberoamericano.

 

En el mes de mayo de este año arribaron a Chichén Itzá, donde Edward H. Thompson les brindó hospedaje durante un mes, de ahí partieron a Tikal para después visitar las ruinas de Kabah y Labná; el 15 de junio terminó el permiso de sus alumnos, por lo cual éstos tuvieron que regresar a México, Seler lo hizo un mes después, a su llegada se enteró de que Batres lo había denunciado por “destructor del patrimonio nacional”. En efecto, la noticia del hallazgo de la pintura mural en Palenque ya se había divulgado por la ciudad, con ella los pormenores y el aderezo de su descubrimiento: “el director de la Escuela Internacional está destruyendo los monumentos de Palenque”, Batres no sólo lo acusó de golpear los estucos, sino de borrar la escritura y los dibujos.

Seler afrontó la situación con honestidad: “confieso francamente que nos dejamos llevar por el entusiasmo, en vista del progreso del derrumbe, sentí la obligación de tomar todos los apuntes que se puedan tomar en la actualidad y puedo asegurar que se hizo con toda consideración y con cuidado extremo. Ni el Señor Batres ni algún otro explorador hubiera podido proceder con más precaución, no era destrucción, era salvación.[40]” A Boas le dio más detalles: “estuvimos tan entusiasmados por el descubrimiento, sobre todo, el subinspector de las ruinas quien con propia mano quitó a golpes la mayor parte.[41]” De haber enviado un telegrama, estoy seguro que me hubieran dicho: espere hasta que lleguemos, lo cual dudo que hubiera ocurrido y de haber llegado, hubieran visto lo mismo que yo[42]. El incidente no tuvo mayores consecuencias, Porfirio Díaz ya había dejado la presidencia, Leopoldo Batres acababa de ser destituido de la inspección de monumentos, Seler conservó su prestigio, después de haber cumplido su compromiso con Boas al permanecer un año como director de la escuela[43], abandonó el país, la Revolución Mexicana y la Gran Guerra, fueron motivos para no volver de inmediato, pero la vida no le alcanzó, ya no regresó a México, los resultados de la expedición a Palenque los publicó en Alemania en 1916.

Ignacio Bernal definió a Eduard Seler como el investigador más polifacético de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX[44], siendo un estudioso solitario, las condiciones lo obligaron a ser político, diplomático y aunque se interesó en la docencia, siempre tuvo un exiguo número de alumnos. Franz Termer, quien frecuentó sus cursos entre 1913 y 1915, decía al respecto: “era un verdadero erudito que, como profesor, era muy exigente con sus discípulos. Lo que más le importaba, no era la introducción sistemática a la ciencia americanista, sino la exposición crítica del material y la presentación de los grandes problemas.[45]” La integridad de su carácter, su honradez científica absoluta y su total abandono al estudio lograron que sus discípulos se agruparan en estrecha amistad en torno suyo, entre ellos se encontraban Theodor Wilhelm Danzel, Emst van Hoerschelmann, Walter Krickeberg, Walter Lehmann, Heinrich Ubbelohde-Doering y Franz Termer[46].

La fama y personalidad de un hombre con estas características, acompañado de su también notable esposa, explica el porqué a su llegada a México ambos causaron un enorme revuelo. En nuestro país, los pocos investigadores no tuvieron acceso a los códices como sí lo tuvo Seler, pues la mayoría de estos documentos se encontraban en bibliotecas y archivos en Europa, pero, aunque ya era un investigador connotado, Seler sólo conocía México a través de documentos pictográficos de origen prehispánico. El gobierno y los intelectuales mexicanos vieron en ello una enorme oportunidad, pues su presencia coincidió con una revaloración del pasado prehispánico a través de sus monumentos, el Museo Nacional fue renovado para albergar el Salón de los Monolitos, donde se expusieron las principales esculturas de la cultura mexica, al mismo tiempo, se creó la Inspección de Monumentos para proteger al patrimonio nacional y a instancias del gobierno, inició la exploración de Teotihuacan para dar a conocer al mundo un sitio equiparable con cualquier otro de las civilizaciones del Viejo Mundo, México apostaba al reconocimiento cultural en vispera de la conmemoración de los cien años de su independencia.

Hasta antes de Seler, los arqueólogos y exploradores que habían visitado México no rendían mayores informes de los estudios que realizaban, menos se interesaron en colaborar con el gobierno, la mayoría de ellos llevaron a cabo exploraciones que hoy en día podrían considerarse saqueos, pues extrajeron y coleccionaron piezas que se llevaron a sus respectivos países, esto último incluye a Seler, ya que sus viajes también tuvieron el propósito de reunir colecciones para el museo del cual era curador (Museo Etnológico de Berlín), él mismo se lamentaba de la prohibición del gobierno mexicano para evitar la salida de piezas arqueológicas del país, en esa época, aún no se tenía clara la pertenencia de los bienes arqueológicos, ya que procedían de culturas extintas que no tenían relación con la cultura moderna, se tenía la convicción de que deberían de estudiarse y exhibirse en museos internacionales que los mostrara como un legado de la humanidad, pero esto cambió cuando comenzó a construirse el nacionalismo en México y en otras partes del mundo. Los museos fueron los primeros en sembrar en las poblaciones locales la idea de identidad, por esta razón era importante, como fue en el caso del Museo Nacional, contar un catálogo de las piezas con las que contaba su acervo, un cedulario científico que describiera su función, antigüedad, procedencia, entre otras características y que mejor si esta catálogo era obra del arqueólogo del momento (figura 14).

 

Figura 14. Eduard Seler con una colección arqueológica. Hacienda del Cacique, San José el Mogote, Etla, Oaxaca. Fuente: FAMSI-Instituto Iberoamericano.

 

Mogote, Etla.

La arqueología que se practicaba en México en aquel entonces era incipiente en todos los sentidos, Seler, aunque tuvo una formación como filólogo y no como arqueólogo, sabía de la importancia de los registros sistemáticos y del uso de la estratigrafía para establecer cronologías, precisamente, porque entendía que los monumentos y en general, todos los vestigios de las antiguas culturas mexicanas tenían un valor similar a la de los documentos, aceptó la propuesta de Frans Boas de crear la Escuela Internacional y convertirse en el primer director, pero impuso su propia visión, colocó en primer lugar a la arqueología y a su práctica: la prospección y excavación. La experiencia fue muy corta, su periodo como director fue de un año, con tan poco tiempo era difícil desarrollar una escuela, del pequeño grupo de alumnos que tuvo, Isabel Ramírez y Porfirio Aguirre, continuaron laborando en el museo con puestos menores. Más tarde, en el periodo posrevolucionario, Manuel Gamio[47], quien no fue alumno de la Escuela Internacional[48], fue nombrado inspector de monumentos (el mismo puesto que antes tuvo Batres) y desde esta posición, continuó el proyecto del gobierno mexicano en Teotihuacan.

Eduard Seler inauguró la docencia en arqueología en México, pero sus aportes son menores en este ámbito si los comparamos con las contribuciones que realizó al estudio de los códices mesoamericanos, sobre lo cual, también fue precursor[49]. Desde hace más de cincuenta años se han venido cuestionando y con razón, muchas de la interpretaciones realizadas por Seler debido a su obsesión por encontrar significados astronómicos en los códices, Karl Nowotny demostraría que los documentos calendáricos interpretados por Seler como astrales, en realidad tuvieron una función mántica (adivinatoria)[50]. El aporte central de Seler, no se encuentra en la orientación que quiso darle a estos estudios, sino en el método o sistema que empleó para encontrar patrones en las pictografías, confrontarlas con las fuentes escritas, como el códice Florentino de Sahagún y proponer interpretaciones que hasta el día de hoy se han mantenido sólidas. “Su enfoque básicamente crítico, su minuciosidad y su notable amplitud de conocimientos, dieron un valor especial a casi todos sus trabajos[51]”.

La única forma de entender desde la arqueología al mundo prehispánico, comprender su religión y mitología, es a través de minuciosos estudios sistemáticos y de su ejercicio constante, de la práctica en el campo, el estudio en gabinete y de la docencia en las aulas, así lo hizo Seler y este fue el legado más importante que dejó en la arqueología mexicana, lamentablemente, no tuvo continuadores. “El conocimiento que Seler tenía del mundo mesoamericano antiguo era en verdad impresionante y prácticamente total para el momento en que escribió sus obras. Traducía nahuatl, quiché, maya, zapoteco, tarasco, interpretaba glifos mayas y dominaba las fuentes y todas las representaciones iconográficas, tanto de los manuscritos como de las piezas arqueológicas. Muchos de sus descubrimientos, aún vigentes, no han sido superados hasta ahora[52].”

En efecto, Seler hoy en día continúa siendo un autor multicitado en los trabajos arqueológicos y de otras disciplinas, debido a que, en muchos casos, sus aportes son la primera y única referencia en las interpretaciones pictográficas, pero, pocas veces nos detenemos a pensar en su metodología, en la forma en como llegó a desarrollar propuestas que al día de hoy parecen incuestionables, para ésto y para conocer sus contribuciones es fudamental leerlo, pero aquí la situación se complica, ya que la mayor parte de su obra no es de fácil acceso en nuestro país, además de que no se encuentra traducida al español y por lo pronto, no existe ningún proyecto que se interese en llevar a cabo esta empresa[53]. Eulalia Guzmán tradujo una parte importante de la obra de Seler cuando se encontraba estudiando en Alemania becada por la fundación Alexander Von Humboldt (1926), después de la muerte de esta célebre investigadora, sus manuscritos fueron donados por su familia a la biblioteca del MNA, donde se encuentran hoy en día esperando ser publicados[54].

Por lo tanto, al final de esta revision, no es difícil concluir el porqué iniciamos este ensayo afirmando que Eduard Seler es un sabio desconocido y olvidado en la arqueología mexicana, a cien años de su fallecimiento.

 

Bibliografía

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[1] Hoephner, 1988:779.

[2] Rutsch, 2007: 274.

[3] En los homenajes que se celebran en honor a Eduard Seler en Alemania son recordados los hermanos Alexander von Humboldt (1769-1859) y Wilhelm von Humboldt (1767-1835), así como al secretario y colaborador de ambos, Johann Carl Eduard Buschmann (1805-1880). Dürr y Mühlschlegel, 2022:13.

[4] El enorme legado de fotografías, cartas, documentos, colecciones científicas y fotografías personales, se encuentra resguardado en el Instituto Ibero Americano de Berlín.

[5] Gesammelte Abhandlungen zur amerikanischen Sprach und Altertumskunde.

[6] Editada en 1975 por Gerdt Kutsche.

[7] Las traducciones parciales de numerosos pasajes que Seler realizó fueron publicados de manera póstuma por Caecilie y sus alumnos en 1927 gracias a la intermediación de Frans Boas.

[8] Dolinski, 2003:38.

[9] Litvak, 2003:19.

[10] Tuvieron que pasar más de cincuenta años para que esto sucediera.

[11] Sin olvidar, que las verdaderas rupturas que propiciaron los cambios en el último siglo fueron las dos guerras mundiales y la Revolución mexicana.

[12] Hoephner, 1988:767.

[13] Dürr y Mühlschlegel, 2022:11.

[14] Thiemer-Sachse, 2003:54.

[15] Los últimos viajes a México fueron financiados con recursos propios de Caecilie.

[16] Krumpel, 2003: 25-26.

[17] Kohler, 2003:74.

[18] El Salón de los Monolitos fue inaugurado el 16 de septiembre de 1887.

[19] Seler-Sachs, 1925 en Rutch, 2000:135.

[20] Seler, 1904 en Konig, 2003:327.

[21] Lumholtz, Carl, Symbolism of the Huichol-Indians (1900), Memoirs of American Museum of Natural History, Volume III, 1900-1907.

https://digitallibrary.amnh.org/items/8f6007b1-22ec-47f7-b131-ccd119d56d52

[22] Lelgemann, 2003:204.

[23] Inicialmente enviaría a Richthofen al frente de la Expedición Huichol, pero éste cometió algunas indiscreciones que molestaron a Seler.

[24] Jauregui y Neurath, 2003:175.

[25] Lelgemann, 2003:199-200.

[26] El inventario fue publicado recientemente por Olmedo y Achim (2018), INAH.

[27] Según Gamio, Boas ya tenía la idea de establecer la escuela desde 1906 (Gamio, 1942).

[28] Idem.

[29] Carta de Boas a Seler 12/07/06, en Rutsch 2000:139.

[30] La primera sesión de este congreso fue en Argentina y se decidió realizar la segunda en México debido a que en este país se celebraba el aniversario de su independencia.

[31] Hoepfner, 1988:777-778.

[32] De manera nada gratuita Batres recibió en 1909 la distinción del gobierno alemán, La “Orden del Águila Roja de tercera clase”.

[33] Seler, 1912 según Mayer Guala, 1976:60-61.

[34] Bernal, 1979:142.

[35] Rutsch 2007:270.

[36] Hanffstengel, pp. 296-297.

[37] Carta de Seler a Boas, 31 de marzo de 1911 en Rutch 2007:280.

[38] Idem.

[39] Ibíd.

[40] Carta de Seler a Vázquez Gómez del 17 de julio de 2011 en Rutsch, 2007:284.

[41] Carta de Seler a Boas del 17 de julio de 1911 en Rutsch, 2007:284.

[42] Idem.

[43] La revolución mexicana no afectó a la EIAEA, ya que ésta se financiaba con recursos internacionales, pero precisamente por esta razón, la Primera Guerra Mundial logró afectarla hasta su cierre en 1917; hay que agregar a ello, el celo de los profesores nacionales a los extranjeros y el que se descubriera que algunos de éstos últimos también eran espías de sus gobiernos.

[44] Bernal, Op. Cit.

[45] Thiemer-Sachse, 2003: 59-60.

[46] Termer, 1949: 14-15.

[47] Manuel Gamio estudió en la Universidad de Columbia, tuvo como mentores a Boas y Saville.

[48] Gamio fue alumno y profesor auxiliar del Museo Nacional antes de que se creara la escuela, a su regreso de Estados Unidos en 1911, se reincorporó como profesor, pero solo un año, ya que en 1912 fue nombrado inspector de monumentos. Ortega, 2021:66-67.

[49] El precursor del estudio de los códices fue José Lino Fabrega Bustamante (1746-1797), jesuita expulso exiliado en Roma, quien llevó a cabo la interpretación del códice Borgia, su estudio fue publicado en 1899 con notas y comentarios de Alfredo Chavero en los Anales del Museo Nacional de México, tomo V.

[50] Jansen, 1999:176.

[51] Nicholson 1973:361.

[52] González, 2003:127.

[53] En el evento que se llevó a cabo en México para conmemorar los 150 años de nacimiento de Seler en 1999, los participantes y organizadores concluyeron con un exhorto a las instituciones gubernamentales y académicas para llevar a cabo la publicación en español de la obra de este autor.

[54] Es inexplicable el que las traducciones de Eulalia Guzmán no hayan sido publicadas en su momento, a menos que sea cierto que el motivo fue que Alfonso Caso no lo permitió, “se sentó en ellas”, como se lo dijo Jaime Litvak a Mechthild Rutsch (2007), dando a entender que éste se adueñó de las traducciones, fueron su fuente personal y no quiso compartirlas, versión que puedo confirmar ya que la conocí de la misma fuente.

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