“Recorriendo organizados las veredas. Una alternativa para el fortalecimiento institucional”

 

Mtra Rest. Frida Itzel Mateos González

Centro INAH Morelos

 

 

¿Porqué es urgente un cambio sustantivo en el INAH basado en el diálogo, colaboración y acción multilateral?

Hoy, al mirar hacia atrás, empiezo a darme cuenta del significado de haber vivido, respirado y trabajado en el INAH durante más de tres décadas. He sido testigo de un pedacito de sus cambios, sus crisis y sus aciertos. Han pasado 30 años de trabajo directo y 35 años de respiración INAH, lo que me ha permitido creer entender las tensiones y los retos que enfrenta esta institución. Y aunque la misión de conservar, investigar y difundir el patrimonio cultural sigue siendo tan valiosa como siempre, el INAH hoy parece una institución envejecida, atrapada en las redes de sus propios problemas estructurales. Parece más una institución que combina la "tercera edad" y a los "jóvenes incomprendidos", llena de experiencia y energía, pero que, a pesar de sus ganas, no logra coordinarse de manera efectiva en su andar cotidiano. Lo que un día dicen que fue un faro de conocimiento y acción, hoy, con demasiada frecuencia, parece una "institución de gallinas descabezadas".

Los desafíos que enfrentamos son abrumadores. Las limitaciones presupuestales son más que evidentes: los recursos materiales, humanos y financieros son insuficientes para cumplir adecuadamente con el compromiso institucional de preservar lo reconocido como patrimonio cultural. Y lo peor es que, lejos de enfrentarlo de manera organizada y estratégica, los proyectos están dispersos, descoordinados, atomizados por la multiplicidad de objetivos, y alejados de una visión integral que promueva la interdisciplina y la inclusión. En lugar de ser un faro de colaboración de las diferentes ciencias sociales que dan vida, el INAH se ha convertido en una suerte de "torre de Babel", donde los esfuerzos se cruzan sin entenderse, sin un propósito común claro.

Es en este contexto, donde existen grandes planes, se propone la creación de un proyecto Madre. Que aglutine, que cobije todos esos esfuerzos dispersos y los organice bajo un mismo techo. Visualizo una estructura flexible que integre a las diferentes áreas sustantivas del INAH, pero también a las organizaciones sociales y comunitarias que, desde sus respectivos ámbitos, se ocupan de la conservación del patrimonio cultural. Estos actores deben ser incluidos, porque no podemos seguir aislados. Como si de hilos se tratase, necesitamos que esos esfuerzos se entrelacen y formen una red sólida, dinámica, como las de la araña de komac, que no se limitan a un solo material, sino que abarcan la diversidad cultural de nuestro país: henequén, algodón, seda, yuca, agave, todos esos elementos que nos componen.

Lo más importante de este "proyecto Madre" es que no debe ser una respuesta en las "rodillas", ni una solución rápida e improvisada. Necesitamos respuestas que sean pensadas, que sean danzadas, que fluyan, que no se conformen con lo inmediato, sino que busquen la sostenibilidad, la permanencia basada en la maleabilidad. Y no basta con que esas respuestas sean diseñadas en las oficinas centrales. Necesitamos proyectos que salgan y regresen de y a los museos pequeños, de las zonas arqueológicas aisladas, de los centros INAH, para que nos lleven a caminar en las veredas, en los territorios reales, a esos espacios donde el patrimonio vive, donde las comunidades lo cuidan, lo eligen y lo transmiten. Y, como no queremos más "fugas hacia adelante", necesitamos que esos proyectos no sigan circulando por las autopistas de paga, sino que lleguen a cada rincón de nuestro país, como grandes peines que conecten a todas las regiones, que involucren a todos los actores sociales, sin distinción de géneros, generaciones o jerarquías académicas, pero siempre reconociendo su identidad.

¿Cómo evitar que esta vez no se repita la historia de tantas buenas intenciones que nunca llegaron a materializarse? ¿Cómo asegurarnos de que los proyectos no queden simplemente como tejidos con agujeros, nudos o hilos jalados? La respuesta está en hacer del proyecto un proceso inclusivo, coordinado, horizontal, donde cada actor pueda aportar y donde se pongan en práctica con responsabilidad clara a todas las voces. Necesitamos proyectos con orejas, con corazón y con coordinación: orejas para escucharnos entre todos los actores involucrados; corazón para poner pasión y compromiso en lo que hacemos; y coordinación para que todos los esfuerzos se alineen y no se pierdan en el caos de la dispersión.

También necesitamos franqueza en los diálogos, para reconocer nuestras limitaciones y ser honestos en los retos que enfrentamos, e interdisciplina, porque las soluciones no provienen de un solo ámbito de conocimiento, sino de la integración de diversas miradas, críticas, saberes y experiencias.

Además, mirar afuera, aprender de lo que otros están haciendo, entender que no somos los únicos que sabemos ni los únicos que podemos, y reconocer que es imposible solos. Ya somos muchos con "cola de cochino", con las manos en la masa, trabajando en el terreno, pero es crucial que busquemos alianzas. No se trata de competir o que nos usurpen funciones, sino de sumar esfuerzos y recursos.

¿Cuántos somos? ¿Cuántos recursos tenemos? ¿Qué podemos hacer con lo que tenemos? La clave está en reorganizarnos y preguntarnos: ¿A quién le pedimos ayuda? ¿De qué debemos hacernos responsables ineludiblemente? ¿Cómo hacemos que nuestros proyectos sean sostenibles y realmente eficaces?

En mi caso, como restauradora, los últimos 20 años me han permitido verificar la relevancia de la conservación preventiva y del mantenimiento correctivo. He trabajado en pequeños pueblos con patrimonio religioso que ostentan la distinción de ser Patrimonio Mundial. Junto a colegas y comunidades, hemos diseñado proyectos con estructuras claras pero flexibles, modelos que pueden adaptarse a las particularidades de cada entorno, y que incluyen la participación activa de las comunidades. En lo particular quiero compartirles dos proyectos el Foro de Atención y Conservación Preventiva, que involucra a las mayordomías como parte de la iniciativa en atención técnica del patrimonio a través de la coordinación del Museo del Exconvento de Tepoztlán y Centro INAH Morelos, y el Restauramóvil, una unidad de diagnóstico y atención rápida que ayuda a detectar problemas antes de que se agraven. Estos proyectos no solo buscan proteger el patrimonio, sino también fomentar la construcción de una red colaborativa entre las comunidades y las instituciones. Pero no puedo dejar de señalar que el mirar hacia afuera no excluye la prioridad de garantizar que las áreas de atención a los públicos y las operativas del INAH cuenten con los recursos adecuados para una conservación preventiva y un mantenimiento constante, “farol de la calle y oscuridad de la casa” no puede ser una opción.

Replantear nuestro enfoque, dejar de lado los proyectos aislados y atomizados, y a tejer una red que abarque lo que somos y las prioridades. Que el INAH se enfoque a la generación de políticas públicas a nivel nacional para la conservación del patrimonio, debemos hacerlo juntos, de la mano de las comunidades, con visión interdisciplinaria y con la disposición de aprender de los demás, de integrarnos y sumarnos a los esfuerzos.

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