Dra. Tania Arroyo Ramírez
Museo Nacional de las Intervenciones
La doble dimensión institucional del INAH y sus implicaciones en la asignación presupuestal
Durante el mandato de Lázaro Cárdenas del Río, el 3 de febrero de 1939 se creó el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) mediante un decreto presidencial, quedando su dirección al frente de Alfonso Caso. El Instituto fue diseñado como una institución con personalidad jurídica propia dependiente de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y se establecieron como parte de sus funciones sustantivas: la investigación sobre el patrimonio cultural arqueológico, histórico y paleontológico; la protección, conservación y restauración del mismo; la promoción y difusión de las materias y actividades que serían propias del instituto; y, la docencia, pues entonces se carecía de los profesionales necesarios para desempeñar tales funciones.
El INAH había surgido en el contexto posrevolucionario, un momento en el que políticos e intelectuales, preocupados por la fractura social que había dejado la guerra, impulsaban un proyecto de unificación ideológica y cultural de corte nacionalista con el fin de cohesionar la identidad de los mexicanos. Como parte de este proyecto se fue estructurando un marco legal y jurídico-institucional que concibió a los monumentos como patrimonio cultural y bien nacional, siendo reclamados estos como referente no sólo de la historia nacional sino también de la mexicanidad.
En ese sentido, la creación del INAH se correspondía con la ambición de cohesionar a la sociedad a través de la construcción de una historia común que hablara de un pasado compartido y, a su vez, diera sentido a la aspiración de construir una nación; su tarea iba por tanto mucho más allá de lo que se establecía formalmente como parte de sus funciones. De esta manera, desde su nacimiento, el INAH se habría de situar como un componente esencial del proyecto de nación en términos político, sociales, culturales, educativos, identitarios e incluso ideológicos.
Ya en la década de los ochenta se impulsó con fuerza la implementación del modelo neoliberal. Para México ello obligaba a un rediseño del proyecto de nación y, como el resto de los países latinoamericanos, el país no quedó exento de las presiones de Washington y de organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) en cuanto a avanzar en forma acelerada en la aprobación de las reformas. El neoliberalismo proponía la privatización de las empresas y servicios públicos, el adelgazamiento del Estado, el recorte del gasto público y, entre otras muchas cosas, pretendía hacer realidad aquella máxima de Milton Friedman que proponía que ahí donde no existía el mercado, había que crearlo, tal era el caso de la cultura y la educación.
En el caso de Chile, el neoliberalismo (puesto en marcha tras el golpe de Estado de 1973) no tardó en aplicarse en la educación; la privatización del sector y la política del “voucher” son problemas que aún al día de hoy impactan a los estudiantes desde muy temprana edad. En México en cambio, el neoliberalismo pretendió ingresar en la educación y la cultura mediante una serie de reformas progresivas y el recorte presupuestal.
Mercantilizar la cultura y la educación en México no resultó ser cosa fácil; sin necesidad de una Secretaría de Cultura, ambos factores habían formado parte de la columna vertebral bajo la que se había consolidado la identidad nacional y el propio Estado mexicano. En este contexto y protegido por una poderosa SEP, el INAH, a pesar de sus múltiples problemáticas internas, lograba salir adelante en términos presupuestales; una situación que cambió en el año 2015, cuando por iniciativa de Enrique Peña Nieto se creaba la Secretaría de Cultura (SC) y, en razón de ello, el INAH era redefinido como un “organismo dependiente de la Secretaría de Cultura”.
La integración del INAH a la Secretaría de Cultura aceleró el incremento de su déficit presupuestal, ahora es común escuchar en los pasillos del Instituto que era mejor ser la cola del león que la cabeza del ratón. Según se reconoció en el propio informe presentado por el Instituto para el año 2019, el organismo arrastraba ya un déficit presupuestario de 601.2 millones de pesos que derivaba en su mayor parte de los problemas que implicaba la falta de regularización de la plantilla de recursos humanos ante la Secretaría de Hacienda; en adelante, el presupuesto del Instituto ha continuado disminuyendo en términos reales y ha dejado de contar con formas alternativas de financiamiento que eran logradas a través de los fideicomisos, una figura que no dejaba de representar el espacio discrecional desde el cual se podía manejar recursos públicos de manera discrecional.
Hay que advertir entonces que la situación de precariedad que enfrenta el INAH es una situación que no comienza, pero que si se agudiza con la llegada de la 4T. La 4T implementó la reestructuración del sistema hacendario y modificó las etiquetas bajo las que se liberan los recursos, elemento que golpeó y continúa golpeando al Instituto de manera importante dada esa doble dimensión institucional educativa y cultural que aún no termina de resolverse; recibió una Secretaría de Cultura aún en proceso de consolidación y cuyo proyecto habría sido creado sobre la idea neoliberal de servir como un medio para la mercantilización de la cultura; y, finalmente, un INAH con una gran cantidad de problemáticas pendientes de resolver.
Comenzando por un fuerte déficit presupuestal; una falta de regularización de su plantilla de recursos humanos ante la Secretaría de Hacienda que al día de hoy se sigue subsanando con el apoyo de plazas eventuales; con un sector laboral de base y sindicalizado sumamente sectarizado, gremializado, desactualizado y ensimismado; con un ilustre sector de investigación que apapachado con las mieles del neoliberalismo e incorporado a las viejas y rancias élites del poder de nuestro país, terminaron por transformar el concepto de cultura del Instituto en un principio íntimamente vinculado con su utilidad pública y social, a uno asociado con la cultura de élite; con otro sector de investigación menos ilustre pero igual de dañino atrincherado en una lógica sindical bastante anquilosada pugna sólo por sus propios intereses y por la defensa de los magros derechos y prestaciones que nos ha permitido conservar el neoliberalismo, dejando de lado la histórica lucha sindical que se daba dentro del instituto en defensa de la materia de trabajo, no es gratuito que al menos dos secretarios generales del sindicato de investigadores hayan caído en el atrevimiento de desfalcar a sus propios representados con sus cuotas sindicales; y un largo etcétera de problemáticas que no cabe aquí desarrollar, incluida por supuesto la corrupción.
A lo que me refiero cuando hablo de una doble dimensión institucional del INAH es a que en esa transición de la SEP a la SC, cuestión que no es casual y que ha sido producto del avance del neoliberalismo en nuestro país y de las intenciones de comenzar a privatizar el sector cultural, el Instituto no ha logrado defender, visibilizar y expresar con claridad su especificidad. El INAH no es sólo una casa de investigación, docencia y producción del conocimiento, como lo sería la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) o el propio Instituto Politécnico Nacional (IPN), institución creada también en tiempos cardenistas.
El INAH es una institución que participó de la construcción de una idea de nación, de la formación de nuestra identidad como mexicanos, de la generación de una consciencia social con respecto a la importancia de defender no sólo nuestro territorio y nuestros recursos naturales y estratégicos, sino también nuestra historia y nuestra cultura, razón por la cual se estimó como necesario trabajar en la conservación, protección y restauración de nuestro patrimonio.
El INAH no sólo tiene incidencia en la formación de un sector de la población, como es el caso de las universidades; no sólo tiene incidencia en la producción de conocimiento para impulsar el desarrollo de nuestro país, como sería el caso del CONAHCyT (con H) que ahora se ha convertido ya incluso en Secretaría; no sólo tiene incidencia en la formación de nuestros niños, como es el caso de la SEP; no sólo desarrolla investigación, imparte docencia, realiza la conservación y difusión de nuestro patrimonio cultural. El INAH hace todo eso y mucho más.
Por ende, el problema no es solamente la falta de reconocimiento o la falta de interés por rescatar al Instituto; actualmente, si bien el INAH acompaña varios de los megaproyectos, la 4T no ha sido capaz de reconocer el papel protagónico que históricamente ha desempeñado el Instituto para nuestro país. Así, considero que es fundamental reconocer esa doble dimensión del instituto, la educativa y la cultural, así como su importante participación en el curso de nuestra historia y en la formación de una conciencia colectiva que se ha forjado sobre el principio de la defensa de la soberanía de nuestro país, nuestro territorio, nuestra cultura, nuestra gente y nuestros recursos naturales y geoestratégicos.
Hoy no sólo se debe rescatar al Instituto del embate neoliberal, cuestión que implica una ampliación presupuestal y un rediseño del mismo en razón de sus necesidades específicas; también hay que incorporarle como un pilar fundamental del proyecto de nación que hoy se impulsa desde la 4T, así, fortalecerlo y consolidarlo, sin duda, redundará en la proyección no sólo de nuestra cultura y nuestro patrimonio cultural más allá de nuestras fronteras, sino también de ese “humanismo mexicano” que hoy se propone como una alternativa viable y esperanzadora.