Hacia el establecimiento de Redes Regionales de Museos del INAH
Ana G. Bedolla Giles
Carmen Mendoza Aburto
Centro Comunitario Culhuacan/INAH
Luis Miguel Morayta Mendoza
Centro INAH Morelos
I. Introducción
En los museos se lleva a cabo un proceso de trabajo muy complejo, que exige el concurso de especialistas de una gama muy amplia de disciplinas. De hecho, ahí se realizan las funciones de investigación, conservación, divulgación y difusión que definen al Instituto. Se conforma una gama de servicios educativos y recreativos para públicos cada vez más diferenciados; y se configura una gran posibilidad de interacción con las comunidades. Todos los museos encierran un gran potencial para convertirse en espacios de encuentro, de diálogo y de reflexión compartida sobre el pasado, el presente y el futuro en y de sus demarcaciones; así como para la comprensión de las afinidades y singularidades de las culturas regionales.
A lo largo del territorio encontramos museos del INAH, que ofrecen fragmentos, objetos y visiones de nuestra historia y nuestro patrimonio, que en términos generales son recibidas por el público como portadoras de la verdad y a veces como las únicas posibles, en virtud de que los museos se han constituido como instancias legitimadoras, y por ende, patrimonializadoras de sus contenidos
Sin embargo, en las últimas décadas, los museos, a excepción de unos cuantos, no han avanzado tan rápidamente como la generación de conocimientos, no en todos los casos reflejan los enfoques, interpretaciones, nuevas miradas, o propuestas sugerentes sobre los temas y colecciones que exhiben, ya sea desde las posturas disciplinarias, o bien desde la perspectiva propiamente museológica. Y a mayor abundamiento, difícilmente se renuevan en términos museográficos.
II. ¿Cómo llegamos hasta aquí?
Aunque no pretendemos hacer una historia de los museos del INAH, vale la pena señalar que, de la década de los sesenta en adelante, su número aumentó exponencialmente, en buena medida por la creación de los Centros Regionales. En los años ochenta creció la cantidad de museos regionales y de sitio, de tal manera que ya en los noventa, había más de 100 recintos a cargo del INAH. Se inauguraron inclusive museos de sitio de mayor envergadura, en zonas arqueológicas, como por ejemplo en Xochicalco, Monte Albán, Dzibilchaltún y Paquimé.
Es interesante hacer notar que, en esas etapas de actividad febril, no solamente la museografía mexicana se consideraba de talla mundial, sino que especialmente las y los trabajadores de los museos del Instituto gozaban de gran prestigio y reconocimiento. Los talleres funcionaban con excelentes fotógrafos, museógrafas, serigrafistas, restauradoras, carpinteros, diseñadores, correctoras de estilo, montajistas, entre otras especialidades.
Inclusive, a mediados de los ochenta, la ENCRyM retomó un curso intensivo de museografía para fortalecer las habilidades y conocimientos de los trabajadores del sector, como parte de su proyecto original: convertirse en un centro de formación y actualización para las y los restauradores y museógrafos de América Latina.
Varios factores iniciaron un deterioro de nuestros recintos en la República. Sin pretender exhaustividad, es posible identificar algunos:
a) La desaparición del curso de museografía para trabajadores del sector cultura y de los cursos para museos latinoamericanos.
b) La Secretaría de Hacienda y Crédito Público ofreció el retiro voluntario para personal técnico especializado, particularmente en restauración y museos.
c) Existen pocos académicos adscritos a los museos, involucrados en la investigación de colecciones, o en la elaboración de guiones, y en general, en actividades de divulgación.
d) El surgimiento de varias compañías privadas dedicadas a ofrecer desde servicios parciales para la producción de mobiliario, gráficos, o imágenes en grandes formatos, hasta el proceso completo de elaboración de museos.
e) La posibilidad de actualizar o renovar los museos, por lo demás onerosa, se aleja cada vez más de nuestro panorama; por las razones expuestas, y la única opción aparente reside en solicitar el trabajo a la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del propio INAH.
f) Finalmente, desde una perspectiva administrativa, los museos regionales, locales y de sitio dependen presupuestalmente de los Centros INAH; generalmente carecen de una estructura orgánica mínima; y los procesos de trabajo entre las áreas y entre los museos, por cercanos que se encuentren, no responden a una planeación que les permita optimizar sus recursos.
III. ¿Qué proponemos?
Planteamos la necesidad de fortalecer a los museos regionales, locales y de sitio, a través de un instrumento de planeación a diferentes plazos, que permita su articulación en tres ejes: un programa de trabajo común, estructurado por afinidades temáticas, históricas y/o por colecciones; un segundo eje que enfatice la vinculación con sus comunidades y públicos; y el tercero que fortalezca la función educativa de cada recinto.
Se trata de apelar a una regionalización operativa, un censo de personal y un diagnóstico de los problemas comunes, que pueden resolverse potenciando las capacidades y la experiencia del conjunto de recursos humanos de una demarcación trazada de común acuerdo entre los museos que conformarían idealmente cada red.
I. Estructurar un programa de trabajo común, que considere propósitos y prioridades a diferentes plazos, por lo menos en los siguientes rubros:
- Diseño de actividades de formación y actualización de las y los trabajadores, en materia de museografía, inclusión, educación, divulgación y estudios de públicos, sobre la base de diagnósticos puntuales.
- Convocar a investigadores, restauradores, gestores y otros especialistas, a participar en proyectos expositivos itinerantes, integrando y compartiendo enfoques, intenciones comunicativas, conocimientos, y colecciones, de tal manera que se enlacen y comprometan en el proceso de trabajo y sus productos.
Esta propuesta nace PRINCIPALMENTE, de la experiencia de trabajar con siete exconventos agustinos bajo el cuidado del INAH. Nos fijamos esta misma meta como principio, en 2019, en una reunión celebrada en el Museo de Arte Religioso de Santa Mónica en Puebla. Se trata de monumentos históricos cuya conservación resulta muy onerosa, pero no brindan a sus visitantes más que alguna visita guiada al edificio, y difícilmente ofrecen alguna actividad atractiva para sus públicos potenciales, a pesar de que generalmente hay un grupo, aunque mínimo de trabajadoras y trabajadores que podrían extender la oferta de servicios educativos y culturales, si se les abre una oportunidad de actualización, para estimular la imaginación, y para nutrirse del intercambio de experiencias con miembros de otros centros de trabajo.
Descubrimos en dicha reunión, que entre todas y todos, éramos capaces de compartir nuestros conocimientos y cubrir nuestras necesidades de actualización. De ahí surgió un programa de talleres que desarrollamos de manera presencial, como la elaboración de guiones temáticos y de introducción a los estudios de públicos. Y en plena pandemia, recibimos un taller virtual de difusión en redes sociales, que se extendió a más de 100 trabajadoras y trabajadores de museos de varios estados del país.
Ahora trabajamos en la producción de cédulas interpretativas, así como en la planeación de exposiciones y publicaciones que den cuenta de lo común y específico de la evangelización, en cada región.
II. La segunda vertiente parte de la necesidad de enfatizar la función social de los museos, acordando mecanismos de vinculación con públicos y comunidades, para que los museos se conviertan en lugares donde se preservan los legados, donde caben todas las miradas, creaciones, saberes, inquietudes particulares y las difundan, exhiban, y ponga en valor, en cada uno de los centros de trabajo de la red regional.
Asumimos que nuestros espacios tienen sentido si contribuyen a la democratización del acceso a la cultura; si son incluyentes, si propician la expresión de las distintas manifestaciones artísticas y culturales, entre grupos y entre generaciones.
III. La tercera línea de acción se centra en un enfoque educativo, que posibilite la reflexión sobre el pasado, el presente y el futuro, que muestre los procesos sociales con sus accidentes, problemas y contradicciones; y eventualmente corresponsabilice a sus visitantes en la construcción de mejores escenarios para las generaciones venideras.
El proyecto que proponemos, sólo sería posible si, cada región, cumpliendo con criterios de prioridad, interdisciplinariedad y representatividad, estableciera objetivos claros programados por consenso, y necesariamente contara con un presupuesto suficiente y etiquetado para el efecto.
IV. Reflexión final
No quisiéramos cerrar esta intervención sin señalar una aspiración compartida, que proviene de la convicción de que los museos son instituciones educativas, aunque no siempre se lo proponen. Imaginamos redes regionales de museos que contribuyen desde distintos ángulos a la comprensión de la experiencia humana; a poner en tela de juicio el relato oficial sobre el mundo; a pensar la cultura como proceso histórico y social diverso, dinámico y en curso; y que trascienden la transmisión de conocimientos, para alentar la formación de una conciencia crítica en sus visitantes.