Dentro del quehacer del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) se encuentra rescatar y preservar la amplía y rica memoria sonora de nuestro país. Con esta finalidad la Fonoteca del INAH constantemente publica materiales que contribuyen al reconocimiento de la música tradicional.
En este caso, presentamos extractos de sus fonogramas dedicados a los corridos de la Revolución Mexicana. Canciones que se han transmitido de generación a generación desde inicios del siglo XX y que se pueden considerar como cantares de gesta modernos, en los que se habla de batallas, héroes y antihéroes que dieron forma al episodio bélico más importante de México después de la Independencia.
Les invitamos a escuchar Historias entre corridos, un proyecto en colaboración con la Fonoteca del INAH.
Corridos de la Revolución Mexicana
Durante la primera década del siglo XX, la clase media liberal, ansiosa de un cambio, se estaba organizando para luchar en las urnas —no con las armas—, en contra de la dictadura de Porfirio Díaz. Al lado de ese comienzo de pugna pacífica, aunque no exenta de peligros, se daba la lucha a muerte: los constantes levantamientos campesinos y obreros sofocados a sangre y fuego.
Levantamiento en el Norte
En la región de estos corridos, varios contingentes formados por rancheros, campesinos y mineros se levantaron en armas, entre otros: los de Francisco Villa y Pascual Orozco en Chihuahua, los de Jesús Agustín Castro y Calixto Contreras en La Laguna, y los de los hermanos Arrieta en el occidente de Durango. Organizados en pequeños grupos comenzaron a derrotar a las tropas federales.
Durante los primeros meses de 1911 el gobierno de Díaz dirigió, con más cuidado y hombres, las batallas en contra de los alzados que se multiplicaban en el país, pero la revolución comenzaba a sofocar al gobierno del dictador.
En mayo de 1911, los maderistas —gente de Villa y Orozco, entre otros—, tomaron Ciudad Juárez y Porfirio Díaz renunció por fin a la presidencia.
La rebelión de Orozco
Madero resintió divisiones en sus filas desde los primeros meses de su gobierno. Varios grupos que lo habían apoyado en su lucha fueron defeccionando, inconformes con las medidas que iba tomando su gobierno. En la región que nos ocupa, un prestigiado y popular disidente fue el general Pascual Orozco, comandante militar del estado de Chihuahua. Después de renunciar a su cargo, se lanzó a la lucha contra el gobierno maderista acompañado de un buen contingente de admiradores e incondicionales, entre los que figuraban los grupos de Cheché Campos y Benjamín Argumedo. En marzo de 1912, el gobierno de Madero, por una parte, y el núcleo de Orozco, por la otra, decidieron luchar en toda forma.
Las fuerzas maderistas estaban constituidas por la División del Norte, al mando de Victoriano Huerta, y se reforzaron con los contingentes de Villa, Maclovio Herrera, Tomás Urbina, Emilio Madero y Eugenio Aguirre Benavides. Dichas fuerzas, grandes no sólo por su número sino por su experiencia y conocimiento del terreno, se opusieron poco después en Chihuahua a la no menos eficaz de los grupos de Orozco, Argumedo, Jesús José Cheché Campos, Marcelo Caraveo, Félix Terrazas y otros más.
El país vivía en una tensión enorme al aproximarse las elecciones de 1910. Los opositores eran Porfirio Díaz y Francisco I. Madero; el primero apoyado por las armas y el miedo, y el segundo, por la esperanza de un cambio. El desenlace de la tensión no se hizo esperar: el gobierno encarceló a Madero en San Luis Potosí y amedrentó a sus partidarios; naturalmente Díaz fue nombrado, una vez más, presidente de la República.
Madero logró huir poco después a los Estados Unidos, y a partir de entonces su imagen llegó al confín de lo popular; de allí en adelante el pueblo simpatizó con él, lo admiró y lo adoptó como propio.
Madero y otros connotados mexicanos redactaron el Plan de San Luis, en San Antonio Texas y organizaron la lucha contra Díaz. Se efectuaron compras de armas y parque y algunos regresaron a México a organizar la lucha armada, iniciando los ataques a las tropas federales. Durante los meses siguientes los intentos maderistas no prosperaron y el gobierno aprehendió y asesinó a sus opositores; pero, también en este tiempo, se formaron los grupos populares que apoyando a Madero decidieron en definitiva el curso de los acontecimientos.
Benjamín Argumedo encarna a muchos cientos de revolucionarios. Es el prototipo del caudillo popular sin ideología precisa, aunque con un empeño ciego y sin medida de participar activamente en un cambio de la realidad
Oposición a Carranza
Carranza, como Madero, pronto se enfrentó a opositores salidos de sus propias filas que se sumaron a otros enemigos del constitucionalismo. En la región de estos corridos, Villa y parte de su gente lo desconocieron como Primer Jefe del Constitucionalismo y como presidente interino de la República; para entonces, Benjamín Argumedo, un luchador que estuvo casi siempre del lado perdedor, libraba las que serían sus últimas batallas en contra de los carrancistas.
Personajes que aparecen
Nace en Zacultipán, Hidalgo, en 1869.
Muere fusilado en Chihuahua.
Muere en el Distrito Federal en 1923.
Originario de Zacatecas.
Nace en Congregación de Nieves, Durango, en 1877.
Muere fusilado en 1915.
Nace en Parras, Coahuila en 1888.
Nace en Oaxaca, Oaxaca, en 1830.
Muere en París en 1915.
Nace en Huajolitlán, Chihuahua, en 1882.
Nace en Ocuila, Durango, en 1862.
Muere en combate en Cuencamé, Durango.
Nace en Cuencamé, Durango, en 1875.
Muere en 1937.
Nace en Jalpa, Zacatecas, en 1891.
Muere fusilado en Oaxaca en 1917.
Nace en Real de Nieves, Zacatecas en 1861.
Corrido de la decena de Torreón
El gobierno de Huerta llegó el mes de marzo de 1914 con las Cámaras disueltas, cambios en el gabinete, muchos y onerosos préstamos externos, impuestos elevados, una corrupción alarmante y un ejército que cada vez anotaba más fracasos que triunfos en su haber.
En la región que nos ocupa, los contingentes villistas ya constituidos voluntariamente en la División del Norte habían expulsado de todo Chihuahua a los huertistas. En ese mismo mes, el mando constitucionalista consideró indispensable tomar la ciudad de Torreón, bastión huertista, centro comercial y corazón de La Laguna. Esta acción se le encomendó a la División del Norte, comandada por Villa, que tendría que enfrentarse a la poderosa División del Nazas, que protegía la ciudad al mando del general José Refugio Velasco.
El 26 de marzo, las tropas huertistas abandonaron la ciudad de Gómez Palacio. Desde allí, Villa dio parte a Carranza del difícil triunfo y pidió nuevamente a los huertistas la rendición de Torreón, petición que le fue negada.
El 28 de marzo se inició el asedio final a Torreón, atacando los puntos claves de la defensa: el Cerro de Santa Rosa, el de la Polvorera y el de Las Calabazas (que dominaban el cañón del Huarache) y el centro de la ciudad. La lucha más sangrienta fue en el Cerro de Las Calabazas. En medio de este combate, el general villista Carrillo abandonó el ataque por seguir a unos federales. Villa le formó consejo de guerra y por poco lo fusilan. El 31 de marzo los generales Herrera, Robles y Aguirre Benavides se apoderaron de la alameda de Torreón. Finalmente, el 1 de abril se efectuó el combate definitivo. El 2 de abril, protegidas por una gran polvareda que se levantó, las tropas huertistas abandonaron la ciudad y se dirigieron a Saltillo. La plaza había sido tomada.
La toma de Torreón consolidó la confianza de los constitucionalistas en derrotar a Victoriano Huerta. El precio fue muy alto: miles de muertos y heridos. Además, la acción contra la colonia española radicada en la ciudad, que fue obligada a abandonarla en 48 horas, produjo reclamaciones airadas en la República.
Todo esto avivó los sentimientos de temor, respeto, admiración, odio y desprecio que la División del Norte en general, y en particular su jefe, habían despertado entre los habitantes del país.
No en balde, en numerosas coplas, la figura de Villa se iba agigantando.
Corrido de la toma de Durango
Hacia el 10 de junio, los contingentes constitucionalistas de Calixto Contreras, Orestes Pereyra, Domingo y Mariano Arrieta, Tomás Urbina y otros más, estaban estacionados ya, o avanzaban por los alrededores de la ciudad. Los huertistas, por su parte, se preparaban a su defensa, bajo el mando de los generales Luis G. Anaya y Antonio M. Escudero. Además, algunos de los sitiados se agruparon en un cuerpo denominado Defensa Social, compuesto, según afirmó El País, de jóvenes de la mejor sociedad de Durango para colaborar contra el ataque constitucionalista. Las tropas huertistas se distribuyeron en diversos fortines: el del Santuario y Cerro de Guadalupe, el del panteón, el del Cerro de los Remedios y el de la garita de la calle de Zaragoza, entre otros.
El ataque se inició ya muy entrada la noche del 17 de junio. Para ese entonces el hambre se había adueñado de la población, pues desde el día 6, los escasos víveres se vendían a precios estratosféricos; y para colmo, el 10 ya no había pan ni otros artículos indispensables. Durante la madrugada del 18 de junio muchos pobladores de la ciudad se amotinaron, y, apoyando a los constitucionalistas, hicieron fuego en contra de los defensores. Horas más tarde los sitiadores capturaron el Cerro de los Remedios, uno de los fortines más importantes de la defensa. Esta ocupación, que aceleraba la derrota, hizo que los generales Mondragón y Escudero abandonaran la ciudad. Al tomar Durango, las fuerzas constitucionalistas saquearon bancos y tiendas, incendiando también algunas propiedades. El incendio se propagó y fue tan grande que muchos lugares continuaron ardiendo hasta el día 20.
Corrido de la toma de Zacatecas
El 15 de junio se inició la concentración de tropas para la toma de la ciudad. Trenes repletos de villistas se detenían en la estación Calera situada a 25 kilómetros. Los generales Ángeles y Urbina elaboraron un cuidadoso plan de ataque para acomodar artillería y tropas en los lugares más convenientes. La iniciación del ataque fue fijada para las 10 de la mañana del 23 de junio.
Por su parte, las fuerzas huertistas vigilaban sus fortificaciones enclavadas en los cerros que rodean Zacatecas, en la estación del ferrocarril, en las salidas de los tres caminos que partían de la ciudad y dentro de la misma. La defensa estuvo al mando del general Luis Medina Barrón auxiliado por los generales Benjamín Argumedo, Jacinto Guerrero, Manuel Altamirano, Antonio Rojas, José Soberanes y Juan N. Vázquez.
A la hora fijada, comenzaron a disparar los cañones villistas emplazados entre Vetagrande y Zacatecas y muy pronto el combate se generalizó.
Pocas horas después, en la punta del Cerro de Loreto ondeaban una bandera constitucionalista. A la caída de ese cerro le siguió la del Cerro de La Sierpe, posición que dominaba las defensas de los cerros del Grillo y de La Bufa; no tardaron en dejarse oír las dianas que anunciaban la victoria mientras otra bandera huertista era arriada.
A las 6 de la tarde los constitucionalistas se habían apoderado del Cerro del Grillo y habían cercado todas las posibles salidas de la ciudad. En tanto, los huertistas hacían explotar en la ciudad su cuartel general, explosión que alcanzó a las casas circunvecinas.
Poco después cayó el Cerro de La Bufa y la desbandada de los defensores fue general; sólo algunos lograron escapar de la muerte o de caer prisioneros; entre esos pocos se encontraban Medina Barrón y Benjamín Argumedo. Las tropas villistas entraron a la ciudad a las 7 de la noche. Al día siguiente el panorama era terrible: había miles de muertos y cientos de prisioneros se ocupaban de acarrear cadáveres para después quemarlos. La toma de Zacatecas se efectuó, dramática y literalmente, a sangre y fuego. Al tiempo que las tropas constitucionalistas se apoderaban de la ciudad, el gobierno huertista se veía obligado a ceder en las negociaciones con Estados Unidos sobre la ocupación norteamericana de Veracruz.
En ese momento, un periódico huertista publicó en letra menuda lo siguiente: Parece haber cambiado la faz de los sucesos. Zacatecas ha caído. El gobierno, bajo presión de la fuerza parece estar dispuesto a aceptar y publicar el protocolo de la Conferencia del Niágara. Estamos en el principio del fin.
Aparte de la importancia estratégica que Zacatecas pudo tener y de las especulaciones sobres si su pérdida determinó la renuncia de Huerta, el impacto de esa batalla ha perdurado hasta nuestros días y entrado al campo de la epopeya.
Corrido de la toma de Huejuquilla
Los hombres de Cheché Campos fueron a parar a Durango. Allí lograron muchas incursiones exitosas, atacando por sorpresa pequeños poblados y haciendas para después saquearlos e incendiarlos. En diciembre de 1912, Cheché Campos entró a Zacatecas y tomó Sombrerete, aunque en la acción murió Luis Caro, uno de sus mejores hombres.
Poco después del asalto a Sombrerete, Cheché Campos se dirigió a Huejuquilla. De las versiones que del asalto a Huejuquilla consignan dos periódicos de la época, Gil Blas y El Imparcial, se desprende lo siguiente: Que la defensa del pueblo la realizó un pequeño contingente compuesto de vecinos, 40 rurales y 10 gendarmes. Que el incendio de la población duró dos días. Que los orozquistas fusilaron al jefe de rurales José Rojas y a sus hombres. Y que, finalmente, cuando llegaron refuerzos federales en auxilio de Huejuquilla, los orozquistas habían huido con rumbo desconocido.